Y les dijo: Cuando oréis, decid: Padre nuestro que estás en los cielos,
santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Lucas 11:2. {SSJ 9.1}
Para santificar el nombre del Señor se requiere que las palabras que
empleamos al hablar del Ser Supremo sean pronunciadas con reverencia. “Santo y
temible es su nombre”. Salmos 111:9. Nunca debemos mencionar con liviandad
los títulos ni los apelativos de la Deidad. Por medio de la oración entramos en
la sala de audiencia del Altísimo y debemos comparecer ante él con pavor
sagrado. Los ángeles velan sus rostros en su presencia. Los querubines y los
esplendorosos y santos serafines se acercan a su trono con reverencia solemne.
¡Cuánto más debemos nosotros, seres finitos y pecadores, presentarnos en forma
reverente delante del Señor, nuestro Creador! {SSJ 9.2}
Pero santificar el nombre del Señor significa mucho más que esto.
Podemos manifestar, como los judíos contemporáneos de Cristo, la mayor
reverencia externa hacia Dios y, no obstante, profanar su nombre continuamente.
“El nombre de Jehová” es “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira y
grande en misericordia y verdad... que perdona la iniquidad, la rebelión y el
pecado”. Éxodo
34:5-7. Se dijo de la iglesia de Cristo: “Se la llamará: Jehová justicia
nuestra”. Este nombre se da a todo discípulo de Cristo. Es la herencia del hijo
de Dios. La familia se conoce por el nombre del Padre. El profeta Jeremías, en
tiempo de tribulación y gran dolor, oró: “Sobre nosotros es invocado tu nombre;
no nos desampares”. Jeremías
14:9. {SSJ
9.3}
Este nombre es santificado por los ángeles del cielo y por los
habitantes de los mundos sin pecado. Cuando oramos “Santificado sea tu nombre”,
pedimos que lo sea en este mundo, en nosotros mismos. Dios nos ha reconocido
delante de la humanidad y ángeles como sus hijos; pidámosle ayuda para no
deshonrar el “buen nombre que fue invocado sobre” nosotros. Santiago 2:7. {SSJ 9.4}
Dios nos envía al mundo como sus representantes. En todo acto de la
vida, debemos manifestar el nombre de Dios. Esta petición exige que poseamos su
carácter. No podemos santificar su nombre ni representarlo ante el mundo, a
menos que en nuestra vida y carácter representemos la vida y el carácter de
Dios. Esto podrá hacerse únicamente cuando aceptemos la gracia y la justicia de
Cristo.—El
Discurso Maestro de Jesucristo, 91, 92. {SSJ 9.5}
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