Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de
Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna en
Cristo Jesús Señor nuestro. Romanos 6:22, 23. {ATO 14.1}
Pablo sintió que los requisitos del Señor deben ser obedecidos y sus
juicios evitados. Como él, debemos esforzamos al máximo para tener la corona de
la vida, que dará eterno honor a cada vencedor. No debemos contentamos con
vivir vidas inútiles. {ATO 14.2}
¿Qué es la humildad? Es ese sentimiento de pecaminosidad e indignidad
que nos conduce al arrepentimiento. Necesitamos estar convencidos de la
malignidad de una enfermedad antes de sentir la necesidad de ser curados.
Aquellos que no captan la pecaminosidad del pecado no están en condiciones de
apreciar el valor de la expiación y la necesidad de ser limpiados de todo
pecado. El pecador se mide a sí mismo por sí mismo y por aquellos que, como él,
son pecadores. No contempla la pureza y la santidad de Cristo. Pero, cuando la
ley de Dios impone convicción a su corazón, dice con Pablo: “Y yo sin la ley
vivía en un tiempo; pero venido el mandamiento, el pecado revivió y yo morí”. Romanos 7:9... {ATO 14.3}
Dios creó al hombre para su gloria. No soportará, no puede soportar la
presencia del pecado en su dominio. Si en la iglesia hay individuos que están
pecando voluntariamente contra Dios, hay que echar mano de todo medio posible
para llevarlos al arrepentimiento. Si no se hace esto se deshonra el nombre de
Dios. El es demasiado puro para aprobar la iniquidad... {ATO 14.4}
El pecado de Adán podría ser considerado por las iglesias de hoy como un
simple error, que debería ser perdonado inmediatamente y no pensarse más en él.
Pero la norma de Dios es elevada y su Palabra inmutable, y por eso todas las
prácticas egoístas y codiciosas son una abominación ante su vista. Los
corazones de los creyentes necesitan ser purificados, santificados, refinados,
ennoblecidos... {ATO
14.5}
Miren hacia arriba, mis hermanos. ¿Ha perdido el Evangelio su poder para
impresionar los corazones? ¿Es debido a que la influencia regeneradora del
Espíritu de Cristo ha muerto, que los corazones no son purificados,
santificados y preparados por el Espíritu Santo? No, la espada del Espíritu, la
Palabra del Dios viviente, está todavía con nosotros; pero debe ser esgrimida
con ahínco. Usémosla como lo hicieron antaño los santos de Dios. Mediante su
poder viviente y vivificante se abrirá camino a los corazones... {ATO 14.6}
El Señor nos invita a realizar una reforma en nuestras vidas... Cuando
la iglesia despierte se harán cambios decididos. Los hombres y las mujeres se
convertirán y estarán de tal manera llenos del Espíritu de Dios que irán de
país en país, de ciudad en ciudad, proclamando el mensaje de verdad. Con los
corazones rebosando de ferviente amor por las almas abrirán sus Biblias y
presentarán la Palabra, el “escrito está”. Dondequiera vayan suscitarán un
pueblo que pueda estar en pie en el día del Señor. La sencillez de estos
humildes obreros será su fortaleza, porque los ángeles de Dios obran con los
que son humildes y obedientes.—Manuscrito 2, del 2 de
enero de 1900, “La necesidad de una reforma”.* {ATO 14.7}
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