La promesa del espíritu, 1 de enero
Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con
vosotros para siempre. Juan 14:16. {RP 11.1}
Cuando Cristo dio a sus discípulos la promesa del Espíritu, se estaba
acercando al fin de su ministerio terrenal. A la sombra de la cruz estaba con
una comprensión plena de la carga de culpa que estaba por recaer sobre él como
portador del pecado. Antes de ofrecerse a sí mismo como víctima destinada al
sacrificio, instruyó a sus discípulos en cuanto a la dádiva más esencial y
completa que iba a conceder a sus seguidores; el don de los recursos
inagotables de su gracia. {RP 11.2}
“Y yo rogaré al Padre”—dijo él—, “y os dará otro Consolador, para que
esté con vosotros para siempre: El Espíritu de verdad, al cual el mundo no
puede recibir porque no le ve, ni le conoce, pero vosotros le conocéis, porque
mora con vosotros, y estará en vosotros”. Juan 14:16, 17. El Salvador estaba
señalando de antemano el tiempo cuando el Espíritu Santo, como su
representante, vendría para realizar una obra poderosa. El mal que se había
estado acumulando durante siglos, habría de ser resistido por el divino poder
del Espíritu Santo... {RP 11.3}
La promesa del Espíritu Santo no se limita a ninguna edad ni raza.
Cristo declaró que la influencia divina de su Espíritu estaría con sus
seguidores hasta el fin. Desde el día de Pentecostés hasta ahora, el Consolador
ha sido enviado a todos los que se han entregado plenamente al Señor y a su
servicio. A todo el que ha aceptado a Cristo como su Salvador personal, el
Espíritu Santo ha venido como consejero, santificador, guía y testigo. Cuanto
más cerca de Dios han andado los creyentes, más clara y poderosamente han
testificado del amor de su Redentor y de su gracia salvadora. Los hombres y
mujeres que a través de largos siglos de persecución y prueba gozaron en sus
vidas de una medida de la presencia del Espíritu, se destacaron como señales y prodigios
en el mundo. Revelaron ante los ángeles y los hombres el poder transformador
del amor redentor.—Los
Hechos de los Apóstoles, 39, 40. {RP 11.4}
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