Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los
hombres. Tito
2:11. {MGD
10.1}
Al desobedecer los mandamientos de Dios, el hombre cayó bajo la
condenación de su ley. Para hacer frente a esta caída debió manifestarse la
gracia de Dios en favor de los pecadores. Nunca hubiéramos aprendido el
significado de esta palabra “gracia” si no hubiéramos caído. Dios ama a los
inmaculados ángeles, que están a su servicio y son obedientes a todos sus
mandamientos; pero no les otorga su gracia. Esos seres celestiales no tienen el
más mínimo conocimiento de la gracia; nunca la han necesitado, porque nunca han
pecado. La gracia es un atributo de Dios manifestado en favor de seres humanos
indignos. No la buscamos; fue enviada para que nos buscara. Dios se goza en
conceder su gracia a todo aquel que la anhela intensamente. Se allega a todos
en términos de misericordia, no porque seamos dignos, sino porque somos
totalmente indignos. Nuestra necesidad es el requisito que nos asegura que
recibiremos este don. {MGD 10.2}
Pero Dios no usa su gracia para anular su ley o para reemplazarla... La
gracia de Dios y la ley de su reino están en perfecta armonía; caminan de la
mano. Su gracia nos capacita para acercarnos a él por fe. Al recibirla y al
permitir que obre en nuestras vidas, damos testimonio de la vigencia de la ley;
ensalzamos la ley y la honramos al practicar sus principios por medio del poder
de la gracia de Cristo; y al rendir una obediencia pura y de todo corazón a la
ley de Dios, damos testimonio del poder de la redención ante el universo del
cielo y frente a un mundo apóstata... {MGD 10.3}
Dios no nos ama porque le hayamos amado primero; sino que, “siendo aún
pecadores” (Romanos
5:8) Cristo murió por nosotros, estableciendo plena y abundante provisión
para nuestra redención. Aunque hayamos merecido el desagrado y la condenación
de Dios por nuestra desobediencia, él no nos ha olvidado; no nos ha abandonado
para que enfrentemos el poder del enemigo basándonos en nuestras propias y
limitadas fuerzas. Los ángeles del cielo libran nuestras batallas; y al
cooperar con ellos nos es posible triunfar sobre los poderes del mal.—The Review and Herald, 15 de septiembre
de 1896. {MGD
10.4}
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