LA IGLESIA DE LAODICEA
El mensaje a la iglesia de Laodicea es una denuncia sorprendente y se aplica al actual pueblo de Dios.
"Y escribe al ángel de la iglesia en Laodicea. He aquí dice el Amén,
el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios: Yo
conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o
caliente! Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca. Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no
tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y
miserable y pobre y ciego y desnudo." (Apoc. 3: 14-17.)
El
Señor nos muestra aquí que el mensaje que deben dar a su pueblo los
ministros que él ha llamado para que amonesten a la gente no es un
mensaje de paz y seguridad. No es meramente teórico, sino práctico en
todo detalle. En el mensaje a los laodicenses, los hijos de Dios son
presentados en una posición de seguridad carnal. Están tranquilos,
creyéndose en una exaltada condición de progreso espiritual. "Porque tú
dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de
ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y
ciego y desnudo."
¡Qué mayor engaño puede penetrar en las
mentes humanas que la confianza de que en ellos todo está bien cuando
todo anda mal! El mensaje del Testigo Fiel encuentra al pueblo de Dios
sumido en un triste engaño, aunque crea sincero dicho engaño. No sabe
que su condición es deplorable a la vista de Dios. Aunque aquellos a
quienes se dirige el mensaje del Testigo Fiel se lisonjean de que se
encuentran en una exaltada condición espiritual, dicho mensaje quebranta
su seguridad con la sorprendente denuncia de su verdadera condición de
ceguera, pobreza y miseria espirituales. Este testimonio tan penetrante
y severo no puede ser un error porque es el Testigo Fiel el que habla y
su testimonio debe ser correcto.
A los que se sienten seguros
por causa de sus progresos y se creen ricos en conocimiento espiritual,
les cuesta recibir el mensaje que declara que están engañados y
necesitan toda gracia espiritual. El corazón que no ha sido santificado
es engañoso "más que todas las cosas, y perverso." (Jer. 17:9.) Se me
mostró que muchos se ilusionan creyéndose buenos cristianos, aunque no
tienen un solo rayo de la luz de Jesús. No tienen una viva experiencia
personal en la vida divina. Necesitan humillarse profunda y cabalmente
delante de Dios antes de sentir su verdadera necesidad de realizar
esfuerzos fervientes y perseverantes para obtener los preciosos dones
del Espíritu.
Dios conduce a su pueblo paso a paso. La vida
cristiana es una constante batalla y una marcha. No hay descanso de la
lucha. Es mediante esfuerzos constantes e incesantes como nos
mantenemos victoriosos sobre las tentaciones de Satanás. Como pueblo,
estamos triunfando en la claridad y fuerza de la verdad. Somos
plenamente sostenidos en nuestra posición por una abrumadora cantidad de
claros testimonios bíblicos. Pero somos muy deficientes en humildad,
paciencia, fe, amor, abnegación, vigilancia y espíritu de sacrificio
según la Biblia. Necesitamos cultivar la santidad bíblica. El pecado
prevalece entre el pueblo de Dios. El claro mensaje de reprensión
enviado a los laodicenses no es recibido. Muchos se aferran a sus dudas
y pecados predilectos, a la par que están tan engañados que hablan y
sienten como si nada necesitasen. Piensan que es innecesario el
testimonio de reproche del Espíritu de Dios, o que no se refiere a
ellos. Los tales se hallan en la mayor necesidad de la gracia de Dios y
de discernimiento espiritual para poder descubrir su falta de
conocimiento espiritual. Les falta casi toda cualidad necesaria para
perfeccionar un carácter cristiano. No tienen el conocimiento práctico
de la verdad bíblica que induce a la humildad en la vida y a conformar
la voluntad a la de Cristo. No viven obedeciendo a todos los
requerimientos de Dios.
No es suficiente el simple hecho de
profesar creer la verdad. Todos los soldados de la cruz de Cristo se
obligan virtualmente a entrar en la cruzada contra el adversario de las
almas, a condenar lo malo y sostener la justicia. Pero el mensaje del
Testigo Fiel revela el hecho de que nuestro pueblo está sumido en un
terrible engaño, que impone la necesidad de amonestarlo para que
interrumpa su sueño espiritual y se levante a cumplir una acción
decidida.
La causa de la ceguera espiritual.-
En mi última visión se me mostró que este mensaje decidido del Testigo
Fiel no ha cumplido aún el designio de Dios. La gente duerme en sus
pecados. Continúa declarándose rica, y sin necesidad de nada. Muchos
preguntan: ¿Por qué se dan todos estos reproches? ¿Por qué los
Testimonios nos acusan continuamente de apostasía y graves pecados?
Amamos la verdad; estamos prosperando; no necesitamos esos testimonios
de amonestación y reproche. Pero miren sus corazones estos murmuradores
y comparen su vida con las enseñanzas prácticas de la Biblia; humillen
sus almas delante de Dios; ilumine la gracia de Dios las tinieblas; y
caerán las escamas de sus ojos y se percatarán de su verdadera pobreza y
miseria espirituales. Sentirán la necesidad de comprar oro, que es la
fe y el amor puro; ropa blanca, que es el carácter inmaculado,
purificado en la sangre de su amado Redentor; y colirio, que es la
gracia de Dios, y que les dará un claro discernimiento de las cosas
espirituales para descubrir el pecado. Estas cosas son más preciosas
que el oro de Ofir.
Se me ha mostrado que la mayor razón por la
cual los hijos de Dios se encuentran ahora en este estado de ceguera
espiritual, es que no quieren recibir la corrección. Muchos han
despreciado los reproches y amonestaciones que se les dirigieron. El
Testigo Fiel condena la tibieza de los hijos de Dios, que confiere a
Satanás gran poder sobre ellos en este tiempo de espera y vigilancia.
Los egoístas, los orgullosos y los amantes del pecado se ven siempre
asaltados por dudas. Satanás sabe sugerir dudas e idear objeciones
contra el testimonio directo que Dios envía, y muchos piensan que es una
virtud, un indicio de inteligencia ser incrédulos, dudar y argüir. Los
que desean dudar tendrán bastante oportunidad de hacerlo. Dios no se
propone suprimir todo motivo de incredulidad. El da evidencias que
deben ser investigadas cuidadosamente con mente humilde y espíritu
dispuesto a recibir enseñanza; y todos deben decidir por el peso de las
evidencias.
La vida eterna es de valor infinito y nos costará
todo lo que poseemos. Se me mostró que no estimamos debidamente las
cosas eternas. Todo lo que es digno de posesión, aún en este mundo,
debe obtenerse mediante esfuerzo y a veces por el sacrificio más penoso.
Y ello es tan sólo para obtener un tesoro perecedero. ¿Estaremos menos
dispuestos a soportar conflictos y trabajos y a hacer esfuerzos
fervientes y grandes sacrificios, para obtener un tesoro que es de valor
incalculable y una vida que se mide con la del Infinito? ¿Puede el
cielo costarnos demasiado?
La fe y el amor son tesoros áureos,
elementos que faltan en gran manera entre el pueblo de Dios. Se me ha
mostrado que la incredulidad en los testimonios de amonestación,
estimulo y reproche está apartando la luz del pueblo de Dios. La
incredulidad les cierra los ojos para que ignoren su verdadera
condición. El Testigo Fiel describe así su ceguera: "Y no conoces que
tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo." (Apoc. 3
:17.)
La fe en la pronta venida de Cristo se está
desvaneciendo. "Mi Señor se tarda en venir" (Mat. 24:48), es no sólo lo
que se dice en el corazón, sino que se expresa en palabras y muy
definidamente en las obras. En este tiempo de vigilia, el estupor
anubla los sentidos del pueblo de Dios con respecto a las señales de los
tiempos. La terrible iniquidad que tanto abunda requiere la mayor
diligencia y el testimonio vivo para impedir que el pecado penetre en la
iglesia. La fe ha estado disminuyendo en grado temible, y únicamente
el ejercicio puede hacerla aumentar.
Cuando nació el mensaje
del tercer ángel, los que se dedicaban a la obra de Dios tenían algo que
arriesgar, tenían que hacer sacrificios. Empezaron esta obra en la
pobreza y sufrieron las mayores privaciones y oprobios. Arrostraban una
oposición resuelta que los impulsaba hacia Dios en su necesidad y
mantenía viva su fe.* Nuestro actual plan de la benevolencia sistemática
sostiene ampliamente a nuestros predicadores y no hay necesidad de que
ellos ejerzan fe en que serán sostenidos. Los que ahora emprenden la
predicación de la verdad no tienen nada que arriesgar. No corren
peligros, ni tienen que hacer sacrificios especiales. El sistema de la
verdad está listo y a mano, y se provee a los obreros de publicaciones
que defienden las verdades que ellos promulgan.
Algunos jóvenes
se inician en la obra sin tener un sentimiento real de su exaltado
carácter. No tienen que soportar privaciones, penurias ni severos
conflictos que requerirían el ejercicio de la fe. No cultivan la
abnegación práctica ni albergan un espíritu de sacrificio. Algunos se
están poniendo orgullosos y engreídos, y no tienen verdadera
preocupación por la obra. El Testigo Fiel dice a estos ministros: "Sé
pues celoso, y arrepiéntete." (Apoc. 3:19.) Algunos de ellos se
ensoberbecen tanto que son realmente un estorbo y una maldición para la
preciosa causa de Dios. No ejercen una influencia salvadora sobre los
demás. Estos hombres necesitan convertirse cabalmente a Dios y ser
santificados por las verdades que presentan a otros.
Muchos se
sienten impacientes e irritados porque son frecuentemente molestados por
amonestaciones y reproches que les hacen acordar de sus pecados. Dice
el Testigo Fiel: "Yo conozco tus obras." (Apoc. 3: 15.) Los motivos,
los propósitos, la incredulidad, las sospechas y los celos, pueden
ocultarse de los hombres, pero no de Cristo. El Testigo Fiel viene como
consejero: "Yo te amonesto que de mi compres oro afinado en fuego, para
que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no
se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio,
para que veas. Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues
celoso, y arrepiéntete. He aquí, yo estoy a la puerta y llamo: si
alguno oyere mi voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y
él conmigo. Al que venciere, yo le daré que se siente conmigo en mi
trono; así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su
trono." (Apoc. 3: 18-21.)
Testimonios directos en la iglesia.-
Los que son reprendidos por el Espíritu de Dios no deben levantarse
contra el humilde instrumento. Es Dios, y no un mortal sujeto a error,
quien ha hablado para salvarlos de la ruina. Los que desprecian la
amonestación serán dejados en las tinieblas y se engañarán a sí mismos.
Pero los que la escuchen y se dediquen celosamente a la obra de apartar
sus pecados de sí a fin de tener las gracias necesarias, estarán
abriendo la puerta de su corazón para que el amado Salvador pueda entrar
y morar con ellos. Esta clase de personas se encontrará siempre en
perfecta armonía con el testimonio del Espíritu de Dios.
Los
ministros que predican la verdad presente no deben descuidar el solemne
mensaje dirigido a los laodicenses. El testimonio del Testigo Fiel no
es un mensaje suave. El Señor no nos dice: "Estáis más o menos bien;
habéis soportado castigos y reproches que nunca merecisteis; habéis sido
innecesariamente desalentados por la severidad; no sois culpables de
los males y pecados por los cuales se os reprendió."
El Testigo
Fiel declara que cuando uno supone que está en buenas condiciones de
prosperidad, realmente lo necesita todo. No es suficiente que los
ministros presenten temas teóricos; deben también presentar los temas
prácticos. Deben estudiar las lecciones prácticas que Cristo dio a sus
discípulos, y hacer una detenida aplicación de las mismas a sus propias
almas y a las de la gente. Porque Cristo da este testimonio de
reprensión, ¿supondremos que le faltan sentimientos de tierno amor hacia
su pueblo? ¡Oh, no! El que murió para redimir al hombre de la muerte,
ama con amor divino, y a aquellos a quienes ama los reprende. "Yo
reprendo y castigo a todos los que amo." Pero muchos no quieren recibir
el mensaje que el cielo les manda gracias a su misericordia, No pueden
soportar que se les hable de su negligencia en el cumplimiento del
deber, ni de sus malas acciones, de su egoísmo, orgullo y amor al mundo.
Peligros de los postreros días.-
Estamos viviendo en un tiempo muy solemne e importante en la historia
de esta tierra. Nos vemos en medio de los peligros de los postreros
días. Está por sobrecogernos sucesos importantes y terribles. ¡Cuán
necesario es que todos los que temen a Dios y aman su ley, se humillen
delante de él y se aflijan y lamenten, confesando los pecados que han
separado a Dios de su pueblo! Lo que debe excitar la mayor alarma es
que no sentimos ni comprendemos nuestra condición degradada, y que nos
contentamos con permanecer como estamos. Debemos acudir a la Palabra
Dios y a la oración, buscando individualmente al Señor con fervor, para
encontrarlo. Debemos hacer de esto nuestro primer que hacer.
JOYAS DE LOSTESTIMONIOS, TOMO 1, 327-333 DE ELENA G.
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