NOTAS DE ELENA: Lección 7 Las enseñanzas de Jesús y el Gran Conflicto. Miércoles 10 de febrero: No juzgues
Miércoles 10 de febrero: No juzgues
Con frecuencia la verdad y los hechos deben ser presentados claramente a los que yerran para hacerles ver y sentir su error a fin de que se reformen. Pero esto debe hacerse siempre con ternura compasiva, no con dureza o severidad, sino considerando uno mismo las propias debilidades, no sea que también resulte tentado. Cuando el que cometió la falta vea y reconozca su error, en vez de agraviarle y tratar de hacérsela sentir más hondamente, se le debe consolar. Cristo dijo en su sermón del monte: “No juzguéis, para que no seáis juzgados. Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados; y con la medida con que medís, os volverán a medir”. Nuestro Salvador reprendió los juicios precipitados. “¿Por qué miras la mota que está en el ojo de tu hermano... y he aquí la viga en tu ojo?” (Mateo 7:1-4.) Sucede con frecuencia que mientras alguien está dispuesto a discernir los errores de sus hermanos, tal vez comete mayores faltas él mismo y, sin embargo, no lo ve.
Todos los que seguimos a Cristo debemos tratamos unos a otros exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros errores y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para que supiese compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes e interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el abogado del hombre y se humilló para familiarizarse con las tentaciones que asediaban al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los que son tentados y fuera un tierno y fiel sumo sacerdote (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 300, 301).
No debemos considerar como cosa baladí el hablar mal de los demás, ni constituimos nosotros mismos en jueces de sus motivos o acciones. “El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley, sino juez” (Santiago 4:11). Solo hay un juez, “el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones” (1 Corintios 4:5). Y todo el que se encargue de juzgar y condenar a sus semejantes usurpa la prerrogativa del Creador.
La Biblia nos enseña en forma especial que prestemos cuidado a no acusar precipitadamente a los llamados por Dios para que actúen como sus embajadores (Patriarcas y profetas, p. 405).
Mi hermano, mantenga siempre delante de Ud. la perfección del carácter de Cristo. No importa cuál sea el juicio humano pronunciado en su caso, recuerde que Dios no ha autorizado a ningún instrumento humano para que sea el juez de su prójimo. Confíe en Dios siempre, y encontrará que es todopoderoso para guardarlo. Será una defensa siempre presente, y totalmente suficiente contra la porfía de las lenguas que Satanás inspira para confundir, debilitar y desanimar...
El Amigo de los pecadores sabe cómo ayudar, fortalecer y bendecir a los que, habiendo pecado, vuelven a Dios. Los que busquen a Dios de todo su corazón, encontrarán en él una ayuda presente en todo tiempo de necesidad. Sanará a los descarriados en lugar de denunciarlos y quebrantarlos. Oirá las oraciones de arrepentimiento y perdonará a los arrepentidos, haciéndoles bien, de acuerdo con las riquezas de su gracia (Alza tus ojos, p. 346).
Todos los que seguimos a Cristo debemos tratamos unos a otros exactamente como deseamos que el Señor nos trate en nuestros errores y debilidades, porque todos erramos y necesitamos su compasión y perdón. Jesús consintió en revestirse de la naturaleza humana, para que supiese compadecerse de los mortales pecaminosos y errantes e interceder ante su Padre en favor de ellos. Se ofreció para ser el abogado del hombre y se humilló para familiarizarse con las tentaciones que asediaban al hombre, a fin de que pudiese socorrer a los que son tentados y fuera un tierno y fiel sumo sacerdote (Joyas de los testimonios, tomo 1, pp. 300, 301).
No debemos considerar como cosa baladí el hablar mal de los demás, ni constituimos nosotros mismos en jueces de sus motivos o acciones. “El que murmura del hermano, y juzga a su hermano, este tal murmura de la ley, y juzga a la ley; pero si tú juzgas a la ley, no eres guardador de la ley, sino juez” (Santiago 4:11). Solo hay un juez, “el cual también aclarará lo oculto de las tinieblas, y manifestará los intentos de los corazones” (1 Corintios 4:5). Y todo el que se encargue de juzgar y condenar a sus semejantes usurpa la prerrogativa del Creador.
La Biblia nos enseña en forma especial que prestemos cuidado a no acusar precipitadamente a los llamados por Dios para que actúen como sus embajadores (Patriarcas y profetas, p. 405).
Mi hermano, mantenga siempre delante de Ud. la perfección del carácter de Cristo. No importa cuál sea el juicio humano pronunciado en su caso, recuerde que Dios no ha autorizado a ningún instrumento humano para que sea el juez de su prójimo. Confíe en Dios siempre, y encontrará que es todopoderoso para guardarlo. Será una defensa siempre presente, y totalmente suficiente contra la porfía de las lenguas que Satanás inspira para confundir, debilitar y desanimar...
El Amigo de los pecadores sabe cómo ayudar, fortalecer y bendecir a los que, habiendo pecado, vuelven a Dios. Los que busquen a Dios de todo su corazón, encontrarán en él una ayuda presente en todo tiempo de necesidad. Sanará a los descarriados en lugar de denunciarlos y quebrantarlos. Oirá las oraciones de arrepentimiento y perdonará a los arrepentidos, haciéndoles bien, de acuerdo con las riquezas de su gracia (Alza tus ojos, p. 346).
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