No podemos ocultarnos de Dios, 24 de abril
Josué 7.
Ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. Josué 7:12, úp.{CV 120.1}
El pecado de un hombre causó la derrota de Israel ante el enemigo. Se necesitaba algo más que oración. Debían levantarse y purificar el campamento de Israel.—Manuscrito 12, 1893, p. 2.{CV 120.2}
¿Habéis considerado por qué todos los que estaban relacionados con Acán también recibieron el castigo de Dios? Porque no habían sido disciplinados y educados según las instrucciones dadas en la gran norma de la ley de Dios. Los padres de Acán habían educado a su hijo de tal forma que éste se sentía libre de desobedecer la palabra del Señor; los principios que le habían inculcado en su vida lo llevaron a tratar a sus hijos en una forma tal que ellos también estaban corrompidos... El castigo... revela el hecho de que todos estaban implicados en la transgresión.—The S.D.A. Bible Commentary 2:998.{CV 120.3}
La historia de Acán enseña la solemne lección de que por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios recaerá sobre un pueblo o una nación hasta que la transgresión sea descubierta y castigada. El pecado es corruptor por naturaleza. Un hombre infectado de esa lepra mortal puede transmitir la mancha a miles. Los que ocupan posiciones de responsabilidad como guardianes del pueblo, traicionan la confianza depositada en ellos si no son fieles en buscar, descubrir y reprender el pecado...{CV 120.4}
El amor de Dios nunca inducirá a disminuir la importancia del pecado; nunca cubrirá o excusará un mal no confesado... [La ley de Dios] tiene que ver con todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos. Nos sigue, y penetra hasta llegar al motivo secreto que impulsa cada uno de nuestros actos. A causa de la complacencia en el pecado, los hombres son llevados a considerar livianamente la ley de Dios. Muchos ocultan sus transgresiones de la vista de sus semejantes, y se hacen la ilusión de que Dios no será estricto en señalar la iniquidad. Pero su ley es la gran norma de justicia, y cada acto de la vida debe compararse con ella en aquel día cuando Dios traerá toda obra a juicio, juntamente con toda cosa encubierta, sea buena o sea mala. La pureza del corazón conducirá a la pureza de la vida. Todas las excusas para el pecado son vanas. ¿Quién puede defender al pecador cuando Dios testifica contra él?—Ibid. 996, 997.*{CV 120.5}
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