Perfecto en todos tus caminos, 3 de enero
“Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado,
hasta que se halló en ti maldad”. Ezequiel 28:15. {CT 11.1}
Mientras todos los seres creados reconocieron la lealtad del amor, hubo
perfecta armonía en el universo de Dios. Cumplir los designios de su Creador
era el gozo de las huestes celestiales. Se deleitaban en reflejar la gloria del
Todopoderoso y en alabarle. Y su amor mutuo fue fiel y desinteresado mientras
el amor de Dios fue supremo. No había nota discordante que perturbara las
armonías celestiales. Pero se produjo un cambio en ese estado de felicidad.
Hubo uno que pervirtió la libertad que Dios había otorgado a sus criaturas. El
pecado se originó en aquel que, después de Cristo, había sido el más honrado
por Dios y que era el más exaltado en poder y en gloria entre los habitantes
del cielo. Lucifer, el “hijo de la mañana”, era el principal de los querubines
cubridores, santo e inmaculado. Estaba en la presencia del gran Creador, y los
incesantes rayos de gloria que envolvían al Dios eterno, caían sobre él... {CT 11.2}
Poco a poco Lucifer llegó a albergar el deseo de ensalzarse... Aunque
toda su gloria procedía de Dios, este poderoso ángel llegó a considerarla como
perteneciente a sí mismo. Descontento con el puesto que ocupaba, a pesar de ser
el ángel que recibía más honores entre las huestes celestiales, se aventuró a
codiciar el homenaje que sólo debe darse al Creador. En vez de procurar el
ensalzamiento de Dios como supremo en el afecto y la lealtad de todos los seres
creados, trató de obtener para sí mismo el servicio y la lealtad de ellos. Y
codiciando la gloria con que el Padre infinito había investido a su Hijo, este
príncipe de los ángeles aspiraba al poder que sólo pertenecía a Cristo. . {CT 11.3}
El propósito de este príncipe de los ángeles llegó a ser disputar la
supremacía del Hijo de Dios, y así poner en tela de juicio la sabiduría y el
amor del Creador. A lograr este fin estaba por consagrar las energías de
aquella mente maestra, la cual, después de la de Cristo, era la principal entre
las huestes de Dios. Pero Aquel que quiso que sus criaturas tuviesen libre
albedrío, no dejó a ninguna de ellas inadvertida en cuanto a los sofismas
perturbadores con los cuales la rebelión procuraría justificarse. Antes de que
la gran controversia principiase, debía presentarse claramente a todos la
voluntad de Aquel cuya sabiduría y bondad eran la fuente de todo su regocijo. {CT 11.4}
Ante los habitantes del cielo reunidos, el Rey declaró que ninguno,
excepto Cristo, el Hijo unigénito de Dios, podía penetrar en la plenitud de sus
designios y que a éste le estaba encomendada la ejecución de los grandes
propósitos de su voluntad... Los ángeles reconocieron gozosamente la supremacía
de Cristo, y postrándose ante él, le rindieron su amor y adoración. Lucifer se
postró con ellos, pero en su corazón se libraba un extraño y feroz conflicto.
La verdad, la justicia y la lealtad luchaban contra los celos y la envidia. La
influencia de los santos ángeles pareció por algún tiempo arrastrarlo con
ellos.—Historia
de los Patriarcas y Profetas, 13-15. {CT 11.5}
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