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Reflejemos a Jesús


Aunque sufrían, Pablo y Silas cantaban en la cárcel, 24 de noviembre https://ift.tt/2Zkgiwv Pero a medianoche, orando Pablo y Silas, cantaban himnos a Dios; y los presos los oían. Entonces sobrevino de repente un gran terremoto, de tal manera que los cimientos de la cárcel se sacudían; y al instante se abrieron todas las puertas, y las cadenas de todos se soltaron. Hechos 16:25, 26. Cuando los mensajeros de la cruz salieron a enseñar, una mujer poseída de un espíritu pitónico los siguió gritando: “Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian el camino de salvación. Y esto lo hacía por muchos días”. Hechos 16:17, 18. Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Pablo ordenó al mal espíritu que abandonase a la mujer... Restaurada a su sano juicio, la mujer escogió seguir a Cristo. Entonces sus amos se alarmaron por su negocio. Vieron que toda esperanza de recibir dinero mediante sus adivinaciones había terminado, y que su fuente de ingresos pronto desaparecería completamente... Al impulso de un entusiasmo frenético, la multitud se levantó contra los discípulos. La actitud del populacho prevaleció, y fue sancionada por las autoridades, que sacando a tirones la túnica exterior de los apóstoles, ordenaron que se los azotara. “Después de haberles azotado mucho, los echaron en la cárcel, mandando al carcelero que los guardase con seguridad”. cap. 16:23. Con asombro, los otros presos oyeron las oraciones y los cantos que salían de la celda interior. Estaban acostumbrados a oír clamores y gemidos, maldiciones y juramentos, que rompían el silencio de la noche... Pero mientras los hombres eran crueles y vengativos, o desempeñaban, con negligencia criminal, las solemnes responsabilidades que se les había confiado, Dios no se había olvidado de ser misericordioso con sus siervos. Todo el cielo estaba interesado en los hombres que estaban sufriendo por amor a Cristo, y los ángeles fueron enviados a visitar la cárcel. A su paso, la tierra tembló. Las puertas de la cárcel, aseguradas con fuertes cerrojos, se abrieron de par en par; las cadenas y los grillos cayeron de las manos y los pies de los presos, y una luz brillante inundó la prisión... El carcelero se sumió en un sueño del cual se despertó por causa del terremoto y de las paredes de la cárcel que se sacudían. Al levantarse precipitadamente y con alarma, vio con espanto que todas las puertas de la cárcel estaban abiertas, y lo sobrecogió el repentino temor de que los presos se hubiesen escapado... Tomó su espada y estaba por matarse, cuando oyó las alentadoras palabras de Pablo: “No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí”. cap. 16:28. Todos los hombres estaban en su sitio, contenidos por el poder de Dios ejercido por uno de los presos... El carcelero dejó caer su espada y... sacándolos al patio, les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para ser salvo?” cap. 16:30.—Los Hechos de los Apóstoles, 174-178.

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