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Reflejemos a Jesús


El verdadero amor no se avendrá con el mal, 21 de febrero https://ift.tt/I3PsBNA Todo aquel que comete pecado, infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley. Y sabéis que él apareció para quitar nuestros pecados, y no hay pecado en él. 1 Juan 3:4, 5. A medida que los años transcurrían y el número de creyentes crecía, Juan trabajaba con mayor fidelidad y fervor en favor de sus hermanos. Los tiempos estaban llenos de peligro para la iglesia. Por todas partes existían engaños satánicos. Por medio de la falsedad y el engaño los emisarios de Satanás procuraban suscitar oposición contra las doctrinas de Cristo; como consecuencia las disensiones y herejías ponían en peligro a la iglesia. Algunos que creían en Cristo decían que su amor los libraba de obedecer la ley de Dios. Por otra parte, muchos creían que era necesario observar las costumbres y ceremonias judías; que una simple observancia de la ley, sin necesidad de tener fe en la sangre de Cristo, era suficiente para la salvación. Algunos sostenían que Cristo era un hombre bueno, pero negaban su divinidad. Otros que pretendían ser fieles a la causa de Dios eran engañadores que negaban en la práctica a Cristo y su Evangelio. Viviendo en transgresión ellos mismos, introducían herejías en la iglesia. Por eso muchos eran llevados a los laberintos del escepticismo y el engaño. Juan se llenaba de tristeza al ver penetrar en la iglesia esos errores venenosos. Veía los peligros a los cuales ella estaba expuesta y afrontaba la emergencia con presteza y decisión. Las epístolas de Juan respiran el espíritu de amor. Parecería que las hubiera escrito con pluma entintada de amor. Pero cuando se encontraba con los que estaban transgrediendo la ley de Dios, y sin embargo aseveraban que estaban viviendo sin pecado, no vacilaba en amonestarlos acerca de su terrible engaño... Estamos autorizados a tener el mismo concepto que tuvo el apóstol amado de los que afirman morar en Cristo y viven transgrediendo la ley de Dios. Existen en estos últimos días males semejantes a los que amenazaban la prosperidad de la iglesia primitiva; y las enseñanzas del apóstol Juan acerca de estos puntos deben considerarse con cuidadosa atención. “Deben tener amor”, es el clamor que se oye por doquiera, especialmente de parte de quienes se dicen santos. Pero el amor verdadero es demasiado puro para cubrir un pecado no confesado. Aunque debemos amar a las almas por las cuales Cristo murió, no debemos transigir con el mal. No debemos unirnos con los rebeldes y llamar a eso amor. Dios requiere de su pueblo en esta época del mundo, que se mantenga de parte de lo justo tan firmemente como lo hizo Juan cuando se opuso a los errores que destruían las almas... Su testimonio acerca de la vida y muerte del Señor era claro y eficaz. Hablaba con un corazón que rebosaba de amor hacia su Salvador; y ningún poder podía detener sus palabras.—Los Hechos de los Apóstoles, 441-443.

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