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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/29NvXI1 Al llegar a Egipto, la compañía se dirigió a la tierra de Gosén. Allí fue José en su carro oficial, acompañado de un séquito principesco. Olvidó el esplendor de su ambiente y la dignidad de su posición; un solo pensamiento llenaba su mente, un anhelo conmovía su corazón. Cuando divisó la llegada de los viajeros, no pudo ya reprimir el amor cuyos anhelos había sofocado durante tan largos años. Saltó de su carro, y corrió a dar la bienvenida a su padre. “Echóse sobre su cuello, y lloró sobre su cuello bastante. Entonces Israel dijo a José: Muera yo ahora, ya que he visto tu rostro, pues aun vives” (Historia de los patriarcas y profetas, p. 236). Faraón apreciaba la sabiduría que [José] había manifestado este en la administración de todo lo relacionado con el gobierno, especialmente los preparativos que hizo para los largos años de hambre que tuvo que soportar la tierra de Egipto. Creía que todo el reino estaba en deuda con él por la prosperidad que produjo su sabía administración, y como prueba de su gratitud le dijo: “La tierra de Egipto delante de ti está; en lo mejor de la tierra haz habitar a tu padre y a tus hermanos; habiten en la tierra de Gosén”… “Así José hizo habitar a su padre y a sus hermanos, y les dio posesión en la tierra de Egipto, en lo mejor de la tierra, en la tierra de Ramsés, como mandó Faraón. Y alimentaba José a su padre y a sus hermanos, y a toda la casa de su padre, con pan, según el número de los hijos” (La historia de la redención, p. 106). Aunque los egipcios habían rechazado durante tanto tiempo el conocimiento de Dios, el Señor todavía les ofreció la oportunidad de arrepentirse. En los días de José, Egipto había servido de asilo para Israel; Dios había sido honrado en la bondad mostrada a su pueblo; por lo tanto, el Paciente, tardo para la ira y lleno de compasión, dio a cada castigo tiempo para realizar su obra; los egipcios, maldecidos por las mismas cosas que adoraban, tuvieron evidencia del poder de Jehová, y todos los que quisieron, pudieron someterse a Dios y escapar a sus azotes (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 344, 345). Las castas son algo aborrecible para Dios. Él desconoce cuanto tenga ese carácter. A su vista las almas de todos los hombres tienen igual valor. “De una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra; y les ha prefijado el orden de los tiempos, y los términos de la habitación de ellos; para que buscasen a Dios, si en alguna manera, palpando, le hallen; aunque cierto no está lejos de cada uno de nosotros”. Sin distinción de edad, jerarquía, nacionalidad o privilegio religioso, todos están invitados a venir a él y vivir… “No hay judío, ni griego; no hay siervo, ni libre”. “El rico y el pobre se encontraron: a todos ellos hizo Jehová”. “El mismo que es Señor de todos, rico es para con todos los que le invocan: porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo”. Hechos 17:26, 27; Proverbios 22:2; Romanos 10:11-13 (El Deseado de todas las gentes, p. 370).

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