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El Cristo Triunfante


La promesa del divino salvador, 14 de octubre https://ift.tt/vS1nmpC “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Lucas 24:49. Después de magnificar la ley y engrandecerla, al aceptar sus condiciones para salvar a un mundo de la ruina, Cristo se apresuró a ir al cielo para perfeccionar su obra y cumplir su misión al enviar el Espíritu Santo a sus discípulos. De ese modo aseguró a sus creyentes que no los había olvidado, aunque se encontrara ahora en la presencia de Dios, donde hay plenitud de gozo para siempre. El Espíritu Santo debía descender sobre los que amaban a Cristo en este mundo. De ese modo los capacitaría, por medio de la glorificación de Aquel que era su cabeza, para recibir todo don necesario para el cumplimiento de su misión. El Dador de la vida poseía no sólo las llaves de la muerte, sino un cielo lleno de ricas bendiciones. Todo el poder del cielo y de la tierra estaba a su disposición, y al tomar su lugar en las cortes celestiales podía prodigar esas bendiciones a todos los que lo recibieran. Cristo dijo a sus discípulos: “Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuese, el Consolador no vendría a vosotros; mas si me fuere, os lo enviaré”. Este era el mayor de los dones. El Espíritu Santo descendió como el tesoro más precioso que el hombre podía obtener. La iglesia recibió el bautismo del poder del Espíritu. Los discípulos fueron preparados para salir y proclamar a Cristo primero en Jerusalén, donde se había llevado a cabo la vergonzosa obra de deshonrar al verdadero Rey, y a partir de allí debían ir hasta los confines de la tierra... El Padre dio todo el honor a su Hijo haciendo que se sentara a su diestra, muy por encima de todos los principados y autoridades. Expresó su gran gozo y deleite recibiendo al Crucificado y coronándolo con gloria y honra. Y Dios muestra a su pueblo todos los favores que ha prodigado a su Hijo al aceptar la gran expiación. Los que con amor han unido su empeño con Cristo, son aceptos en el Amado. Sufrieron con Cristo en su más profunda humillación, y la glorificación de él es de gran interés para ellos, porque son aceptos en él. Dios los ama como ama a su Hijo. Cristo, Emanuel, está entre Dios y el creyente revelando la gloria de Dios a sus elegidos y cubriendo sus defectos y transgresiones con las vestiduras de su propia justicia inmaculada... Si el pueblo de Dios se santifica por la obediencia a sus mandamientos, el Señor trabajará en medio de ellos. El Señor renovará su humildad y sus contritas almas y hará que sus caracteres sean puros y santos.—Manuscrito 128, 1897.

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