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El Cristo Triunfante


El Cristo Triunfante
Debemos representar a Cristo con valor, 2 de octubre https://ift.tt/K2j9Q7w “Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Éste fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús... y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue”. Mateo 27:57-60. Los sacerdotes habían sido consultados por muchos hombres de intelecto para que explicaran las profecías del Antiguo Testamento referentes al Mesías y, mientras trataban de urdir una respuesta falsa, estos sacerdotes se volvieron como dementes. De este modo, muchas mentes se convencieron de que las Escrituras se habían cumplido... José era un discípulo de Cristo que no se había identificado con él por el temor a los judíos. Armado de valor fue hasta Pilato y le pidió el cuerpo de Cristo. [José de Arimatea] era un hombre rico y esto le otorgaba influencia en las esferas del gobierno. Si hubiera tardado, el cuerpo del Salvador habría sido puesto en un sepulcro sin honor junto con el de los ladrones. Nicodemo era un dignatario y un rabino. Y también era un discípulo de Cristo. Él había venido de noche al Salvador, como si temiera hacer públicos los problemas que aquejaban su corazón. Aquella noche había escuchado el discurso más importante que jamás pronunciaran labios humanos. Véase Juan 3. Y las palabras que oyó taladraron su alma e iluminaron su interior y, aunque todavía no se había identificado con Cristo, llegó a formar parte de ese grupo referido por Juan, al decir: “Aun de los gobernantes, muchos creyeron en él; pero a causa de los fariseos no lo confesaban, para no ser expulsados de la sinagoga”. Pero Nicodemo, en la medida de sus posibilidades, se había esforzado para defender a Cristo. Al grado que en cierta ocasión preguntó a los sacerdotes: “¿Juzga acaso nuestra ley a un hombre si primero no le oye, y sabe lo que ha hecho?”... Luego de la crucifixión, Nicodemo fue a la cruz llevando una mezcla de mirra y áloes para embalsamar el cuerpo de Cristo. Había sido testigo del cruel trato que le habían dado los sacerdotes. Había observado la paciencia y la actitud piadosa del Señor, aún bajo la humillación. Ahora comprendió el verdadero carácter del sumo sacerdote y con valor acudió para buscar el cuerpo lacerado de su Salvador, que había sido tratado como si fuera un malhechor. De este modo, Nicodemo se identificó con Cristo en su vergüenza y en su muerte. Con la muerte de Cristo las esperanzas de los discípulos habían perecido. Con frecuencia repitieron las palabras: “Nosotros esperábamos que él era el que habría de redimir a Israel”... [Los discípulos] se habían reunido en un aposento alto, con sus puertas cerradas y trabadas, pues sabían que el destino de su amado Maestro en cualquier momento también podía ser el de ellos.—Manuscrito 111, 1897.
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