
𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐚𝐥 𝐥𝐥𝐚𝐦𝐚𝐦𝐢𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢𝐯𝐢𝐧𝐨: “𝐡𝐞𝐦𝐞 𝐚𝐪𝐮í”, 𝟐𝟎 𝐝𝐞 𝐧𝐨𝐯𝐢𝐞𝐦𝐛𝐫𝐞 https://m.egwwritings.org/es/book/1754.2745#2745 𝐃𝐞𝐬𝐩𝐮é𝐬 𝐨í 𝐥𝐚 𝐯𝐨𝐳 𝐝𝐞𝐥 𝐒𝐞ñ𝐨𝐫, 𝐪𝐮𝐞 𝐝𝐞𝐜í𝐚: ¿𝐀 𝐪𝐮𝐢é𝐧 𝐞𝐧𝐯𝐢𝐚𝐫é, 𝐲 𝐪𝐮𝐢é𝐧 𝐢𝐫á 𝐩𝐨𝐫 𝐧𝐨𝐬𝐨𝐭𝐫𝐨𝐬? 𝐄𝐧𝐭𝐨𝐧𝐜𝐞𝐬 𝐫𝐞𝐬𝐩𝐨𝐧𝐝í 𝐲𝐨: 𝐇𝐞𝐦𝐞 𝐚𝐪𝐮í, 𝐞𝐧𝐯í𝐚𝐦𝐞 𝐚 𝐦í. 𝐈𝐬𝐚í𝐚𝐬 𝟔:𝟖. En el año en que murió el rey Uzías, se le concedió una visión a Isaías en la que contempló el Lugar Santo y el Lugar Santísimo del Santuario celestial. Las cortinas interiores del Santuario estaban abiertas, y ante su mirada se reveló un trono sublime y exaltado que se elevaba como hasta los mismos cielos. Una gloria indescriptible emanaba del que estaba en el trono y su séquito llenaba el templo como su gloria llenará finalmente la tierra. A cada lado del trono de la misericordia se encontraban querubines... y brillaban con la gloria que los envolvía de la presencia de Dios... Estos seres santos cantaban alabanzas y tributaban gloria a Dios con labios no manchados por el pecado. El contraste entre la débil alabanza que acostumbraba tributar al Creador y las fervientes alabanzas de los serafines, asombró y humilló al profeta. Tuvo en ese momento el sublime privilegio de apreciar la pureza inmaculada del glorioso carácter de Jehová... A la luz de este brillo incomparable, que hizo manifiesto todo lo que pudo soportar de la revelación del carácter divino, estaba ante el profeta su propia contaminación interior con sorprendente claridad. Incluso sus propias palabras le parecieron viles. Por eso, cuando al siervo de Dios se le permite contemplar la gloria del Dios del cielo al revelarse a la humanidad, y comprende en mínimo grado la pureza del Santo de Israel, no se envanecerá por su propia santidad sino que hará sorprendentes confesiones de la contaminación de su propia alma. Con profunda humildad, Isaías exclamó: “¡Ay de mí! que soy muerto; porque siendo hombre inmundo... han visto mis ojos al Rey”. Isaías 6:5. Esta no es la humildad voluntaria y el autorreproche servil que algunos despliegan como virtud. Esta vaga imitación de humildad es impulsada por corazones llenos de orgullo y de autoestima. Hay muchos que se menosprecian a sí mismos con palabras, pero que se sentirían defraudados si esta actitud no provocara palabras de aprecio y de alabanza hacia ellos de parte de los demás. Pero la convicción del profeta era genuina... ¿Cómo podría ir y anunciar al pueblo las santas demandas de Jehová? Mientras Isaías se estremecía conmovido a causa de su impureza ante la incomparable gloria, dice: “Y voló hacia mí uno de los serafines, teniendo en su mano un carbón encendido, tomado del altar con unas tenazas; y tocando con él sobre mi boca, dijo: He aquí que esto tocó tus labios, y es quitada tu culpa, y limpio tu pecado. Después oí la voz del Señor, que decía: ¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros? Entonces respondí yo: Heme aquí, envíame a mí”. Isaías 6:6-8.—The Review and Herald, 16 de octubre de 1888.
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