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La confesión de nuestra fe

La confesión de nuestra fe, 22 de diciembre

A cualquiera, pues, que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Mateo 10:32. ELC 365.1
Si alguna vez hubo un período de tiempo en que debían oírse las palabras de Cristo, es ahora... Por medio de la santificación de la verdad, podemos presentar un decidido testimonio en favor de la justicia tanto ante creyentes como ante incrédulos. ELC 365.2
Estamos más lejos de lo que debiéramos estar en nuestra experiencia. Estamos atrasados en proclamar el testimonio que debiera fluir de labios santificados. Hasta cuando se sentaba a la mesa, Cristo enseñaba verdades que producían bienestar y ánimo en el corazón de sus oyentes. Doquiera sea posible hemos de presentar las palabras de Cristo. Si su amor está en el alma, morando allí como un principio viviente, del tesoro del corazón saldrán palabras adecuadas para la ocasión, y no palabras livianas y frívolas, sino palabras elevadoras, palabras de verdad y espiritualidad... El confesar a Cristo abiertamente y con valentía manifestando en la elección de las palabras la llaneza de la piedad genuina, será de más efecto que muchos sermones. Pocos hay que representan correctamente la humildad de Cristo. Necesitamos, y debemos tener su mansedumbre. En nosotros ha de ser formado Cristo, la esperanza de gloria. ELC 365.3
Nos estamos preparando para el traslado hacia el mundo celestial. Nuestra conversación debiera referirse al cielo, desde donde esperamos al Señor Jesús. Él ha de ser reconocido como el Dador de todo don bueno y perfecto, el Autor de todas nuestras bendiciones, en quien se concentra nuestra esperanza de vida eterna.—Manuscrito 127, 1907. ELC 365.4
Cristo demanda de todos sus seguidores una abierta y decidida confesión de fe. Cada uno debe fijar su posición y ser lo que Dios quiere que sea, un espectáculo al mundo, a los ángeles y a los hombres.—Testimonies for the Church 6:144, 145. ELC 365.5

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