Crear aborrecimiento por todo lo satánico

Crear aborrecimiento por todo lo satánico, 10 de abril
Ni deis lugar al diablo. Efesios 4:27.{MGD 108.1}
Lo que enciende la enemistad de Satanás contra la raza humana, es que ella, por intermedio de Cristo, es objeto del amor y de la misericordia de Dios. Lo que él quiere entonces es oponerse al plan divino de la redención del hombre, deshonrar a Dios mutilando y profanando sus obras, causar dolor en el cielo y llenar la tierra de miseria y desolación. Y luego señala todos estos males como resultado de la creación del hombre por Dios.{MGD 108.2}
La gracia que Cristo derrama en el alma es la que crea en el hombre enemistad contra Satanás. Sin esta gracia transformadora y este poder renovador, el hombre seguirá siendo esclavo de Satanás, siempre listo para ejecutar sus órdenes. Pero el nuevo principio introducido en el alma crea un conflicto allí donde hasta entonces reinó la paz. El poder que Cristo comunica habilita al hombre para resistir al tirano y usurpador. Cualquiera que aborrezca el pecado en vez de amarlo, que resista y venza las pasiones que hayan reinado en su corazón, prueba que en él obra un principio que viene enteramente de lo alto.—El Conflicto de los Siglos, 560.{MGD 108.3}
Como león rugiente, Satanás busca su presa. Prueba sus engaños con todo joven incauto; sólo hay seguridad en Cristo. Solamente por medio de su gracia se puede rechazar con éxito a Satanás. Satanás les dice a los jóvenes que hay suficiente tiempo, que pueden entregarse al pecado y al vicio sólo por esta vez para no hacerlo nunca más; pero esa única entrega al mal envenenará toda la vida. No os aventuréis ni siquiera una vez en terreno prohibido. En estos peligrosos días de maldad, cuando las incitaciones al vicio y a la corrupción se encuentran por todos lados, elévese al cielo el ferviente y sentido clamor de los jóvenes: “¿Con qué limpiará el joven su camino?” Y que sus oídos estén abiertos y sus corazones inclinados a obedecer la instrucción que se da en la respuesta: “Por guardar tu Palabra”. Salmos 119:9. La única seguridad que pueden tener los jóvenes en esta edad contaminada consiste en hacer de Dios su confianza. Sin la ayuda divina serán incapaces de dominar las pasiones y los apetitos humanos.—Testimonies for the Church 2:409.{MGD 108.4}
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Con humildad de corazón

Con humildad de corazón, 10 de abril
Porque así dijo el Alto y Sublime, el que habita la eternidad, y cuyo nombre es el Santo: Yo habito en la altura y la santidad, y con el quebrantado y humilde de espíritu, para hacer vivir el espíritu de los humildes, y para vivificar el corazón de los quebrantados. Isaías 57:15.{RP 111.1}
Todos los que con humildad y con una mente investigadora desean encontrar orientación en la Biblia, y están determinados a descubrir los fundamentos de la salvación, sabrán lo que dicen las Escrituras. En cambio, los que no manifiestan una disposición para aceptarla, dicho espíritu los alejará de la investigación. El Señor no transmitirá ningún mensaje a nadie que no le interese la verdad. No malgasta sus instrucciones en los que están permeados por deseos irreverentes o contaminados. A fin de neutralizar el buen efecto de la santa ley de Dios, el tentador educa la mente para que asimile sus sugerencias.{RP 111.2}
Necesitamos humillar el corazón, y con sinceridad y reverencia escudriñar las palabra de vida porque sólo los que tienen una mente humilde y contrita podrán ver la luz. El corazón, la mente, el ser entero necesitan estar preparados para recibirla. Debe producirse un silencio interior para que los pensamientos puedan ser llevados cautivos a Cristo Jesús. La Palabra de Dios tiene que reprochar el conocimiento jactancioso y la autosuficiencia.{RP 111.3}
El Señor está dispuesto a hablar a los que se presentan delante de él con humildad. En el altar de la oración, y en la medida en que mediante la fe toquemos el trono de la misericordia, recibiremos de las manos de Dios la llama celestial que disipará nuestras tinieblas y nos convencerá de nuestras necesidades espirituales. El Espíritu Santo toma todo lo que pertenece a Dios y lo revela a los que buscan con sinceridad los tesoros celestiales. Si permitimos que él nos guíe, nos conducirá a la luz. En la medida que contemplemos la gloria de Cristo, seremos transformados a su imagen. Necesitamos tener la fe que obra por amor y purifica a la persona. El corazón será renovado, y nacerá en nosotros el deseo de obedecer a Dios en todas las cosas.—The Review and Herald, 15 de diciembre de 1896.{RP 111.4}
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Satanás les ofrece a los hombres los reinos del mundo si ellos le ceden la supremacía. Muchos hacen esto y sacrifican el cielo. Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.—Testimonies for the Church 4:495 (1880). {EUD 121.4}
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.20 {DMJ 97.2}
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“No cerrará el tiempo de gracia hasta que el mensaje haya sido proclamado con más claridad. La ley de Dios ha de ser magnificada [...] El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que terminará la obra del tercer ángel”. Joyas de los Testimonios (JT), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1956), pp. 373,374