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Reflejemos a Jesús


Pedro fortaleció a los que soportaban pruebas, 13 de diciembre https://ift.tt/3lZs7Aa Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo. 1 Pedro 1:7. Los seres humanos, entregados ellos mismos al mal, tienden a tratar duramente a los tentados y a los que yerran. No pueden leer el corazón; no conocen sus conflictos y sus penas. Tienen necesidad de aprender a dar la reprensión que implica amor, el golpe que hiere para curar y la amonestación que transmite esperanza. Durante su ministerio, Pedro veló fielmente por el rebaño encomendado a su cuidado, y así demostró que era digno del cometido y la responsabilidad que el Salvador había puesto sobre él. Siempre exaltó a Jesús de Nazaret como la esperanza de Israel y el Salvador de la humanidad. Impuso a su propia vida la disciplina del obrero maestro. Por todos los medios a su alcance procuró educar a los creyentes para el servicio activo. Su piadoso ejemplo y su incansable actividad inspiraron a muchos jóvenes promisorios a entregarse plenamente a la obra del ministerio. A medida que el tiempo transcurría, crecía la influencia del apóstol como educador y dirigente, y aun cuando nunca abandonó la responsabilidad de trabajar especialmente por los judíos, también dio su testimonio en muchos países y fortaleció la fe de multitudes en el Evangelio. En los últimos años de su ministerio, Pedro fue inspirado a escribir a los creyentes “expatriados de la dispersión en el Ponto, Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia”. 1 Pedro 1:1. Sus cartas fueron el medio de levantar el ánimo y fortalecer la fe de los que soportaban pruebas y aflicciones, y de estimular a las buenas obras a los que, al pasar por diversas tentaciones, estaban en peligro de perder su confianza en Dios. Estas cartas demuestran haber sido escritas por alguien en quien abundaban tanto los sufrimientos de Cristo como su consolación; alguien cuyo ser entero había sido transformado por la gracia de Dios, y cuya esperanza de vida eterna era segura e inconmovible. En el mismo comienzo de su primera carta el anciano siervo de Dios rindió a su Señor un tributo de alabanza y agradecimiento. “Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo—exclamó—, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible”. cap. 1:3, 4. Con esta esperanza de una herencia segura en la tierra nueva se regocijaban los cristianos primitivos aun en tiempos de dura prueba y aflicción—Los Hechos de los Apóstoles, 425-427.

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