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De lo artificial a lo natural

De lo artificial a lo natural, 13 de abril
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Salmos 8:3, 4.{HHD 112.1}
Dios nos insta a contemplar sus obras en el mundo natural. Desea que todos apartemos nuestra mente del estudio de lo artificial para dedicarlo a lo natural. Lo comprenderemos mejor al elevar nuestra mirada a las colinas de Dios, y contemplar las obras que él ha hecho con sus propias manos. Su mano ha modelado las colinas, y las ha puesto en equilibrio en su sitio, a fin de que no se muevan sino a su mandato. El viento, el sol, la lluvia, la nieve y el hielo son servidores que cumplen su voluntad.{HHD 112.2}
Para el cristiano, el amor y la benevolencia de Dios pueden verse en cada don de su mano. Las bellezas de la naturaleza son motivo de su contemplación. Al estudiar los encantos naturales que nos rodean, la mente pasa de la naturaleza al Autor de todo lo amable. Todas las obras de Dios hablan a nuestros sentidos, magnificando su poder y exaltando su sabiduría. Cada ser creado tiene en sus encantos aspectos interesantes para el hijo de Dios, y modelan su gusto para contemplar esas preciosas evidencias del amor de Dios por encima de las obras de la pericia humana.{HHD 112.3}
Con palabras saturadas de ardiente fervor, el profeta magnifica a Dios en sus obras creadas: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”—The Youth’s Instructor, 24 de marzo de 1898.{HHD 112.4}
De lo artificial a lo natural, 13 de abril
Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? Salmos 8:3, 4.{HHD 112.1}
Dios nos insta a contemplar sus obras en el mundo natural. Desea que todos apartemos nuestra mente del estudio de lo artificial para dedicarlo a lo natural. Lo comprenderemos mejor al elevar nuestra mirada a las colinas de Dios, y contemplar las obras que él ha hecho con sus propias manos. Su mano ha modelado las colinas, y las ha puesto en equilibrio en su sitio, a fin de que no se muevan sino a su mandato. El viento, el sol, la lluvia, la nieve y el hielo son servidores que cumplen su voluntad.{HHD 112.2}
Para el cristiano, el amor y la benevolencia de Dios pueden verse en cada don de su mano. Las bellezas de la naturaleza son motivo de su contemplación. Al estudiar los encantos naturales que nos rodean, la mente pasa de la naturaleza al Autor de todo lo amable. Todas las obras de Dios hablan a nuestros sentidos, magnificando su poder y exaltando su sabiduría. Cada ser creado tiene en sus encantos aspectos interesantes para el hijo de Dios, y modelan su gusto para contemplar esas preciosas evidencias del amor de Dios por encima de las obras de la pericia humana.{HHD 112.3}
Con palabras saturadas de ardiente fervor, el profeta magnifica a Dios en sus obras creadas: “Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites?”—The Youth’s Instructor, 24 de marzo de 1898.{HHD 112.4}

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