Limpiando la casa, 17 de febrero
Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto
dentro de mí. Salmos
51:10. {RP 58.1}
“Crea en mí un corazón limpio”. Este es un buen comienzo, dado que el
verdadero carácter cristiano tiene su fundamento en los hechos que nacen en el
corazón. Si todos, feligreses y ministros, estudiaran sus corazones con el fin
de descubrir si es que están, o no, en armonía con Dios, veríamos mayores
resultados en las labores que realizamos. Cuanto más importante, y de mayor
responsabilidad sea la obra, mayor será la necesidad de tener un corazón
limpio. Esta gracia imprescindible se provee para que el poder del Espíritu
Santo apoye cada esfuerzo que haga el creyente tendiente a lograr ese
propósito. {RP 58.2}
Si cada criatura buscara a Dios en forma diligente, habría mayor
crecimiento en la gracia y cesarían las disensiones. Los creyentes serían de
una mente y un corazón, y la pureza y el amor prevalecerían en la iglesia.
Somos transformados por la contemplación. Cuando más consideremos el carácter
de Cristo, mejor reproduciremos su imagen. Ven a Jesús así como eres y él te
recibirá, y pondrá una nueva melodía en tus labios para que puedas alabar
constantemente a Dios. {RP 58.3}
“No me eches de delante de ti, y no quites de mí tu santo Espíritu”. Salmos
51:11. Tanto el arrepentimiento como el perdón son dones de Dios que recibimos
por medio de Cristo. Gracias a la influencia del Espíritu Santo somos
convencidos de pecado y sentimos la necesidad de perdón. Siendo que la gracia
de Dios es la que produce contrición, ninguno es perdonado a no ser por la
gracia del Señor que contrita el corazón. Puesto que conoce nuestras
debilidades y flaquezas, Dios está dispuesto a ayudarnos. El oye la oración de
fe; sin embargo, la sinceridad de la plegaria únicamente puede demostrarse si
hay un real esfuerzo personal de vivir en armonía con la gran norma que prueba
el carácter de cada persona. {RP 58.4}
Necesitamos abrir nuestros corazones a la influencia del Espíritu y a la
experiencia de su poder transformador. La razón por la cual el creyente no
recibe más de la asistencia salvadora de Dios, se debe a que el canal de
comunicación entre él y el cielo está obstruido con asuntos mundanos, y porque
prima el amor a la ostentación y el deseo de supremacía. Mientras algunos se
adaptan más y más a las costumbres de este mundo, nosotros deberíamos amoldar
nuestras vidas al modelo divino. Cuando seamos fieles al pacto, Dios restaurará
la alegría de la salvación, y nos sostendrá mediante su Espíritu libre.—The
Review and Herald, 24 de junio de 1884. {RP 58.5}
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