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Exalta la ley de Dios


Exalta la ley de Dios, 4 de abril

Toma ahora la ley de su boca, y pon sus palabras en tu corazón. Job 22:22. MGD 102.1
Todo en la naturaleza, desde la diminuta partícula que baila en un rayo de sol hasta los astros en los cielos, todo está sometido a leyes. De la obediencia a estas leyes dependen el orden y la armonía del mundo natural. Es decir que grandes principios de justicia gobiernan la vida de todos los seres inteligentes, y de la conformidad a estos principios depende el bienestar del universo. Antes que se creara la tierra, la ley de Dios existía. Los ángeles se rigen por sus principios y, para que este mundo esté en armonía con el cielo, el hombre también debe obedecer los estatutos divinos. Cristo dio a conocer al hombre en el Edén los preceptos de la ley, “cuando las estrellas del alba alababan, y se regocijaban todos los hijos de Dios”. Job 38:7. La misión de Cristo en la tierra no fue abrogar la ley, sino hacer volver a los hombres por su gracia a la obediencia a sus preceptos... MGD 102.2
Su misión era “magnificar la ley y engrandecerla”. Isaías 42:21. Debía enseñar la espiritualidad de la ley, presentar sus principios de vasto alcance y explicar claramente su vigencia perpetua. MGD 102.3
La belleza divina del carácter de Cristo, de quien los hombres más nobles y más amables son tan sólo un pálido reflejo... Jesús, la imagen de la persona del Padre, el esplendor de su gloria; el que fue abnegado Redentor en toda su peregrinación de amor en el mundo, era una representación viva del carácter de la ley de Dios. En su vida se manifestó que el amor nacido en el cielo, los principios fundamentales de Cristo, sirven de base a las leyes de rectitud eterna.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 47. MGD 102.4
La Biblia es la voluntad de Dios expresada al hombre. Es la única norma perfecta de carácter y señala el deber del hombre en toda circunstancia de la vida.—Joyas de los Testimonios 1:513. MGD 102.5
Debemos realizar el trabajo de nuestra vida de modo que podamos acudir confiadamente a Dios y abrir ante él nuestro corazón, manifestándole nuestras necesidades, y creyendo que él nos oye y nos dará gracia y poder para poner en práctica los principios de la Palabra de Dios.—Hijos e Hijas de Dios, 367. 

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