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A Fin de Conocerle


¡Por fin en el hogar! 31 de diciembre https://ift.tt/3sGVfAu Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo estoy, también ellos estén conmigo. Juan 17:24. El amor de Dios es inconmensurable e incomparable. Es infinito... Cuando contemplamos la dignidad y la gloria de Cristo, vemos cuán grande fue ese amor que motivó el sacrificio hecho en la cruz del Calvario para la redención del mundo perdido... ¡El misterio de la piedad: Dios manifestado en la carne! Este misterio se ahonda a medida que procuramos comprenderlo. Es incomprensible, y sin embargo los seres humanos permiten que cosas mundanas interfieran con las débiles vislumbres que los mortales pueden tener de Jesús y de su amor incomparable... ¿Cómo podemos sentir entusiasmo por las cosas terrenas comunes, y no quedar conmovidos por el cuadro de la cruz del Calvario, el amor que se manifestó en la muerte del amado Hijo de Dios, para que las almas que perecen no sigan aherrojadas por el pecado, la maldición de la ley? Toda esta humillación y angustia las soportó para atraer a los errabundos, culpables y desagradecidos de vuelta a la casa del Padre. ¡El hogar de los salvados! ¡No podemos perderlo! Si me salvo en el reino de Dios, discerniré constantemente nuevas profundidades en el plan de salvación. Todos los santos redimidos verán y apreciarán como nunca antes el amor del Padre y del Hijo, y las lenguas inmortales expresarán cantos de alabanza. Él nos ama, y dio su vida por nosotros. Cantaremos a las riquezas del amor redentor con nuestros cuerpos glorificados, con nuestras facultades acrecentadas, con nuestros corazones puros y con nuestros labios incontaminados. En el cielo no habrá dolientes, no habrá escépticos que convencer de la realidad de las cosas eternas, no habrá prejuicios para desarraigar, sino que todo será susceptible a ese amor que sobrepasa todo conocimiento. Hay un reposo para el pueblo de Dios, gracias a Dios, donde Jesús conducirá a los redimidos a los verdes prados, junto a las aguas vivas que alegran la ciudad de Dios.—Carta 27, 1890.

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