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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/3GFe5vO Moisés estaba capacitado para destacarse entre los grandes de la tierra, para brillar en las cortes del reino más glorioso, y para empuñar el cetro de su poder. Su grandeza intelectual lo distingue entre los grandes de todas las edades, y no tiene par como historiador, poeta, filósofo, general y legislador. Con el mundo a su alcance, tuvo fuerza moral para rehusar las halagüeñas perspectivas de riqueza, grandeza y fama, “escogiendo antes ser afligido con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales de pecado”. Moisés había sido instruido tocante al galardón final que será dado a los humildes y obedientes siervos de Dios, y en comparación con el cual la ganancia mundanal se hundía en su propia insignificancia. El magnífico palacio de Faraón y el trono del monarca fueron ofrecidos a Moisés para seducirle; pero él sabía que los placeres pecaminosos que hacen a los hombres olvidarse de Dios imperaban en sus cortes señoriales. Vio más allá del esplendoroso palacio, más allá de la corona de un monarca, los altos honores que se otorgarán a los santos del Altísimo en un reino que no tendrá mancha de pecado. Vio por la fe una corona imperecedera que el Rey del cielo colocará en la frente del vencedor. Esta fe le indujo a apartarse de los señores de esta tierra, y a unirse con la nación humilde, pobre y despreciada que había preferido obedecer a Dios antes que servir al pecado (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 251, 252). Jesús nos enseña a llamar a su Padre, nuestro Padre. No se avergüenza de llamarnos hermanos. Hebreos 2:11. Tan dispuesto, y ansioso, está el corazón del Salvador a recibirnos como miembros de la familia de Dios, que desde las primeras palabras que debemos emplear para acercarnos a Dios él expresa la seguridad de nuestra relación divina: “Padre nuestro”. Aquí se enuncia la verdad maravillosa, tan alentadora y consoladora de que Dios nos ama como ama a su Hijo. Es lo que dijo Jesús en su postrera oración en favor de sus discípulos: “Los has amado a ellos como también a mí me has amado”. Juan 17:23. El Hijo de Dios circundó de amor este mundo que Satanás reclamaba como suyo y gobernaba con tiranía cruel, y lo ligó de nuevo al trono de Jehová mediante una proeza inmensa. Los querubines, serafines y las huestes innumerables de todos los mundos no caídos entonaron himnos de loor a Dios y al Cordero cuando su victoria* quedó asegurada. Se alegraron de que el camino a la salvación se hubiera abierto al género humano pecaminoso y porque la tierra iba a ser redimida de la maldición del pecado. ¡Cuánto más deben regocijarse aquellos que son objeto de tan asombroso amor! (El discurso maestro de Jesucristo, pp. 89, 90).

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Satanás les ofrece a los hombres los reinos del mundo si ellos le ceden la supremacía. Muchos hacen esto y sacrifican el cielo. Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.—Testimonies for the Church 4:495 (1880). {EUD 121.4}
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.20 {DMJ 97.2}
https://egwwritings.org/?ref=es_DMJ.97.2&para=175.533


“No cerrará el tiempo de gracia hasta que el mensaje haya sido proclamado con más claridad. La ley de Dios ha de ser magnificada [...] El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que terminará la obra del tercer ángel”. Joyas de los Testimonios (JT), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1956), pp. 373,374