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Comentarios Elena G.W para la Escuela Sabática https://ift.tt/7arVFhx En ese tiempo el rito de la circuncisión fue dado a Abrahán “por sello de la justicia de la fe que tuvo en la incircuncisión”. Romanos 4:11. Este rito había de ser observado por el patriarca y sus descendientes como señal de que estaban dedicados al servicio de Dios, y por consiguiente separados de los idólatras y aceptados por Dios como su tesoro especial. Por este rito se comprometían a cumplir, por su parte, las condiciones del pacto hecho con Abrahán. No debían contraer matrimonio con los paganos; pues haciéndolo perderían su reverencia hacia Dios y hacia su santa ley, serían tentados a participar de las prácticas pecaminosas de otras naciones, y serían inducidos a la idolatría (Historia de los patriarcas y profetas, p. 132). La fe que es para salvación no es una fe casual, no es el mero consentimiento del intelecto; es la creencia arraigada en el corazón que acepta a Cristo como a un Salvador personal, segura de que él puede salvar perpetuamente a todos los que acuden a Dios mediante él… Esa fe induce a su poseedor a colocar todos los afectos del alma en Cristo. Su comprensión está bajo el dominio del Espíritu Santo y su carácter se modela de acuerdo con la semejanza divina. Su fe no es muerta, sino una fe que obra por el amor y lo induce a contemplar la belleza de Cristo y a asimilarse al carácter divino. Se cita Deuteronomio 30:11-14. “Y circuncidará Jehová tu Dios tu corazón, y el corazón de tu descendencia, para que ames a Jehová tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, a fin de que vivas”. Deuteronomio 30:6. Es Dios el que circuncida el corazón. Toda la obra es del Señor de principio a fin. El pecador que perece puede decir: “Soy un pecador perdido, pero Cristo vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. Él dice: ‘No he venido a llamar a justos, sino a pecadores’. Marcos 2:17. Soy pecador y Cristo murió en la cruz del Calvario para salvarme. No necesito permanecer un solo momento más sin ser salvado. Él murió y resucitó para mi justificación y me salvará ahora. Acepto el perdón que ha prometido” (Mensajes selectos, t. 1, pp. 458, 459). Cuando hacía casi veinticinco años que Abrahán estaba en Canaán, el Señor se le apareció y le dijo: “Yo soy el Dios Todopoderoso; anda delante de mí, y sé perfecto”. Véase Génesis 17:1-16. Con reverencia el patriarca se postró, y el mensaje continuó así: “Yo, he aquí mi pacto contigo: Serás padre de muchedumbre de gentes”. Como garantía del cumplimiento de este pacto, su nombre, que hasta entonces era Abram, fue cambiado en “Abraham”, que significa: “padre de muchedumbre de gentes”. El nombre de Saraí se cambió por el de Sara, “princesa;” pues, dijo la divina voz, “vendrá a ser madre de naciones; reyes de pueblos serán de ella” (Historia de los patriarcas y profetas, p. 132).

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