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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/HRiVQAP Jacob y sus hijos habían llevado su ganado consigo a Egipto, y allí había aumentado grandemente. Antes de salir de Egipto, el pueblo, siguiendo las instrucciones de Moisés, exigió una remuneración por su trabajo que no le había sido pagado; y los egipcios estaban tan ansiosos de deshacerse de ellos que no les negaron lo pedido. Los esclavos se marcharon cargados del botín de sus opresores. Aquel día completó la historia revelada a Abrahán en visión profética siglos antes: “Ten por cierto que tu simiente será peregrina en tierra no suya, y servirá a los de allí, y serán por ellos afligidos cuatrocientos años. Mas también a la gente a quien servirán, juzgaré yo; y después de esto saldrán con grande riqueza”. Génesis 15:13, 14; véase el Apéndice, nota 6. Se habían cumplido los cuatrocientos años. “En aquel mismo día sacó Jehová a los hijos de Israel de la tierra de Egipto por sus escuadrones”. Éxodo 12:40, 41, 51. Al salir de Egipto los israelitas llevaron consigo un precioso legado: los huesos de José (véase Éxodo 13), que habían esperado por tanto tiempo el cumplimiento de la promesa de Dios, y que durante los tenebrosos años de esclavitud habían servido a manera de recordatorio que anunciaba la liberación de los israelitas (Historia de los patriarcas y profetas, pp. 286, 287). “Dios no guía jamás a sus hijos de otro modo que el que ellos mismos escogerían, si desde un principio pudieran ver el desenlace, y discernir la gloria del designio que están cumpliendo como colaboradores de Dios”. Todo lo que nos dejó perplejos en las providencias de Dios quedará aclarado en el mundo venidero. Las cosas difíciles de entender hallarán entonces su explicación. Los misterios de la gracia nos serán revelados. Donde nuestras mentes finitas discernían solamente confusión y promesas quebrantadas, veremos la más perfecta y hermosa armonía. Sabremos que el amor infinito ordenó los incidentes que nos parecieron más penosos. El que está lleno del Espíritu de Cristo mora en Cristo. El golpe que se le dirige a él, cae sobre el Salvador, que le rodea con su presencia. Todo cuanto le venga, viene de Cristo. No tiene que resistir el mal, porque Cristo es su defensor. Nada puede tocarle sino con el permiso de nuestro Señor; y “todas las cosas” que son permitidas “a los que a Dios aman… les ayudan a bien” (The Faith I Live By, p. 64; parcialmente en La fe por la cual vivo, p. 66). Esta esperanza de redención por el advenimiento del Hijo de Dios como Salvador y Rey, no se extinguió nunca en los corazones de los hombres. Desde el principio hubo algunos cuya fe se extendió más allá de las sombras del presente hasta las realidades futuras. Mediante Adán, Set, Enoc, Matusalén, Noé, Sem, Abrahán, Isaac, Jacob y otros notables, el Señor conservó las preciosas revelaciones de su voluntad. Y fue así como a los hijos de Israel, al pueblo escogido por medio del cual iba a darse al mundo el Mesías prometido, Dios hizo conocer los requerimientos de su ley y la salvación que se obtendría mediante el sacrificio expiatorio de su amado Hijo (Profetas y reyes, p. 503).

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