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El Cristo Triunfante


Hay que limpiarse del pecado en la fuente abierta del salvador, 13 de septiembre https://ift.tt/CHrxREw “Entonces vino a Simón Pedro: y Pedro le dijo: Señor, ¿tú me lavas los pies?” Juan 13:6. Cuando llegó el turno de Pedro, éste exclamó con asombro: “Señor, ¿tú me lavas los pies?” Con toda calma, Jesús le respondió: “Lo que yo hago, tú no lo comprendes ahora; mas lo entenderás después”. Sintiendo en su alma la humillación de su Señor y con amor y reverencia hacia él, con gran énfasis, exclamó: “¡No me lavarás los pies jamás!” Solemnemente, Cristo dijo a Pedro: “Si no te lavare, no tendrás parte conmigo”. Un rayo de luz penetró la mente del discípulo. Comprendió que el servicio rechazado implicaba una purificación superior: la pureza de la mente y del corazón. No podía soportar el pensamiento de estar separado de Cristo; habría significado la muerte para él. “No sólo mis pies—dijo—, más aún las manos y la cabeza”. Dijo Jesús: “El que está lavado, no necesita sino lavarse los pies, pues está todo limpio”. El que salía del baño, estaba limpio, pero los pies calzados de sandalias se cubrían pronto de polvo, y volvían a necesitar que se los lavara. Así también Pedro y sus hermanos habían sido lavados en la gran fuente abierta para el pecado y la impureza. Cristo los reconocía como suyos. Pero la tentación los había inducido al mal, y necesitaban todavía su gracia purificadora. Cuando Jesús se ciñó con una toalla para lavar el polvo de sus pies, deseó por este mismo acto lavar el enajenamiento, los celos el orgullo de sus corazones. Esto era mucho más importante que lavar sus polvorientos pies. Con el espíritu que entonces manifestaban, ninguno de ellos estaba preparado para tener comunión con Cristo... para participar en la cena pascual, o del servicio recordativo que Cristo estaba por instituir. Sus corazones debían ser limpiados. El orgullo y el egoísmo crean disensión y odio, pero Jesús se los quitó al lavarles los pies. Se operó un cambio. Mirándolos, Jesús dijo: “Vosotros limpios estáis”. Ahora sus corazones estaban unidos por el amor mutuo. Habían llegado a ser humildes y a estar dispuestos a ser enseñados. Excepto Judas, cada uno estaba listo para conceder a otro el lugar más elevado... Antes de participar de los emblemas del cuerpo quebrantado de Cristo y de su sangre derramada, toda diferencia entre hermanos debe desaparecer... Debemos buscar la preparación a fin de sentarnos con Cristo en su reino.—Manuscrito 106, 1903.

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