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El Cristo Triunfante


El servicio del templo culminó con la muerte de Cristo, 1 de octubre https://ift.tt/itnKru5 “Y he aquí, el velo del templo se rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron”. Mateo 27:51. A la puesta del sol, en la tarde del día de preparación, sonaban las trompetas para indicar que el sábado había empezado. Ese sábado, los atrios del templo estuvieron llenos de adoradores... Las trompetas y los instrumentos de música y las voces de los cantores resonaban tan fuerte y claramente como de costumbre. Pero un sentimiento de extrañeza lo compenetraba todo. Uno tras otro preguntaban acerca del asombroso suceso que había acontecido. Hasta entonces, el lugar santísimo había sido guardado en forma sagrada ce toda indiscreción... Una vez al año se entraba en él y sólo lo hacía el sumo sacerdote. Pero ahora se dibujaba el horror en muchos semblantes, pues dicho recinto sagrado se encontraba expuesto a la vista de todos. En el preciso momento en que Cristo había expirado, el pesado velo de tapicería, hecho de lino puro y hermosamente adornado de escarlata y púrpura, se rasgó de arriba abajo. El lugar donde Jehová se encontraba con el sumo sacerdote, para comunicar su gloria, el lugar que había sido la cámara de audiencia sagrada de Dios, estaba abierto a todo ojo; ya no era reconocido por el Señor. Muchos que en esa ocasión participaron de los ceremoniales no volvieron a tomar parte de los ritos pascuales. La luz había resplandecido en sus corazones. Los discípulos habrían de comunicarles a ellos que el gran Maestro ya había venido. De acuerdo con la práctica de entonces muchas personas habían traído a los enfermos y afligidos hasta los atrios del templo, peguntando: ¿Quién puede decirnos dónde está Jesús, el Sanador? Algunos habían venido desde lejos para verlo y escucharlo... Pero fueron ahuyentados de los atrios del templo y los habitantes de Jerusalén no podrían dejar de notar el contraste entre esta escena y las de la vida de Cristo. Por todos lados se oía el lamento: Queremos a Cristo, el Sanador. El mundo sin Cristo estaba sumido en la oscuridad y las tinieblas, no sólo para los discípulos, los enfermos y los afligidos, sino también para los sacerdotes y dignatarios. Los líderes judíos e incluso las autoridades romanas, descubrieron que era más difícil confrontarse con un Cristo muerto que con un Cristo vivo. Cuando la gente supo que Jesús había sido ejecutado por los sacerdotes, empezó a preguntar acerca de su muerte. Los detalles de su juicio fueron mantenidos tan secretos como fue posible; pero durante el tiempo que estuvo en la tumba, su nombre estuvo en millares de labios y los informes referentes al simulacro de juicio a que había sido sometido y a la inhumanidad de los sacerdotes y príncipes circularon por doquiera.—Manuscrito 111, 1897.

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