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El Cristo Triunfante


El Cristo Triunfante
Los discípulos iluminados, 16 de octubre https://ift.tt/E3KVDxX “Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. Lucas 24:27. Los discípulos se preguntaban qué podía saber este extraño como para penetrar sus almas y hablarles con tanta seriedad, ternura, simpatía e infundirles esperanza. Por primera vez, desde el momento en que Cristo fuera traicionado en el jardín, comenzaban a sentirse esperanzados. Por momentos miraron a su Compañero y pensaron que sus palabras se asemejaban a las que Cristo les hubiera dicho. Estaban llenos de asombro y sus corazones comenzaron a latir de esperanza y regocijo. Comenzando por Moisés, el mismo Alfa de la historia que lo incluye. Cristo “les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”. Hay muchos que no toman en cuenta la historia del Antiguo Testamento. Defienden el concepto de que el Nuevo Testamento ha ocupado el lugar del Antiguo y que, por ende, el Antiguo Testamento ya no está vigente. Pero la primera obra de Cristo con sus discípulos fue comenzar desde el Alfa del Antiguo Testamento, a fin de probar que él vino a este mundo y pasó por toda la experiencia que tuvo lugar en la encarnación. El rechazo del Hijo de Dios fue previsto por los profetas... Cristo deseaba que las ideas de sus discípulos fueran puras y verdaderas en cada aspecto. Debían entender, en la medida de sus posibilidades, la copa de sufrimiento que se le había reservado. Les quería mostrar que un terrible conflicto que aún no podían entender—aunque debían hacerlo—residía en el cumplimiento del pacto establecido desde antes de la fundación del mundo. Cristo debía morir como todo transgresor de la ley que continúa en pecado. Así debía suceder, pero no terminaría en derrota, sino en una victoria gloriosa y eterna... Cuando los discípulos estaban por entrar en casa, el extraño pareció querer continuar su viaje. Pero los discípulos se sentían atraídos a él. En su alma tenían hambre de oír más de él. “Quédate con nosotros”, dijeron. Como no parecía aceptar la invitación, insistieron diciendo: “Se hace tarde, y el día ya ha declinado”. Cristo accedió a este ruego y “entró pues a quedarse con ellos”. Si los discípulos no hubieran insistido en su invitación, no habrían sabido que su compañero de viaje era el Señor resucitado. Cristo no impone nunca su compañía a nadie. Se interesa en aquellos que lo necesitan. Pero si los hombres son demasiado indiferentes para pensar en el Huésped celestial o pedirle que more con ellos, pasa de largo. Así muchos sufren grave pérdida. No conocen a Cristo más de lo que le conocieron los discípulos mientras andaban con él en el camino.—Manuscrito 113, 1897.
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