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Sabbath School


Comentarios Elena G.W para la Escuela Sabática https://ift.tt/DGq5oge En su providencia, el Señor proporcionó esta prueba a Abraham para enseñarle lecciones de sumisión, paciencia y fe, lecciones que habían de conservarse por escrito para beneficio de todos los que posteriormente iban a ser llamados a soportar aflicciones. Dios dirige a sus hijos por senderos que ellos desconocen; pero no olvida ni desecha a los que depositan su confianza en él. Permitió que Job fuese atribulado pero no le abandonó. Consintió en que el amado Juan fuese desterrado a la solitaria isla de Patmos, pero el Hijo de Dios le visitó allí, y pudo ver escenas de gloria inmortal. Dios permite que las pruebas asedien a los suyos, para que mediante su constancia y obediencia puedan enriquecerse espiritualmente, y para que su ejemplo sea una fuente de poder para otros. “Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal.” Jeremías 29:11. Los mismos sufrimientos que prueban más severamente nuestra fe, y que nos hacen pensar que Dios nos ha olvidado, sirven para llevarnos más cerca de Cristo, para que echemos todas nuestras cargas a sus pies, y para que sintamos la paz que nos ha de dar en cambio (Patriarcas y profetas, p. 122). Diariamente debemos manifestar el espíritu de sumisión infantil, y orar para que nuestros ojos sean ungidos con el colirio celestial, a fin de que podamos discernir las indicaciones de la voluntad divina, para que no se confundan nuestras ideas a causa de la omnipotencia de nuestra propia voluntad. Con los ojos de la fe, con una sumisión infantil como hijos obedientes, debemos mirar a Dios, seguir su dirección, y así desaparecerán las dificultades. La promesa es: “Te haré entender, y te enseñaré el camino en que debes andar; sobre ti fijaré mis ojos”. Salmo 32:8. Si acudimos a Dios con una disposición humilde y deseos de aprender, sin llevar planes previos antes de pedirle consejo, y no dispuestos según nuestra propia voluntad, sino con sumisión, dispuestos a ser enseñados, con fe, será nuestro privilegio reclamar las promesas cada hora del día. Debemos desconfiar de nosotros mismos y vigilar nuestras propias fuertes tendencias e inclinaciones, para no actuar según nuestras propias ideas y planes y pensar que estamos haciendo la voluntad del Señor (A fin de conocerle, p. 247). Cristo insta a su pueblo que ore sin cesar. Esto no significa que debiéramos estar siempre de rodillas, sino que la oración ha de ser como el aliento del alma. Nuestros pedidos silenciosos, doquiera estemos, han de ascender a Dios, y Jesús nuestro Abogado suplica por nosotros, sosteniendo con el incienso de su justicia nuestros pedidos ante el Padre. El Señor Jesús ama a su pueblo, y lo fortalece cuando este pone su confianza en Cristo y depende plenamente de él. Vivirá mediante su pueblo, dándole la inspiración de su Espíritu santificante, impartiendo al alma una transfusión vital de sí mismo (A fin de conocerle p. 79).

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