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Conflicto y Valor


El pedido de una madre, 4 de noviembre Mateo 20:20-28. https://ift.tt/Io6LJaP Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono. Apocalipsis 3:21. Santiago y Juan presentaron, por medio de su madre, una petición a Cristo para solicitar que les fuera permitido ocupar los más altos puestos de honor en el reino. A pesar de las repetidas instrucciones de Cristo concernientes a la naturaleza de su reino, estos jóvenes discípulos aún abrigaban la esperanza de un Mesías que ascendería a su trono con majestuoso poder, de acuerdo con los deseos de los hombres... Pero el Salvador contestó: “No sabéis lo que pedís: ¿podéis beber el vaso que yo he de beber, y ser bautizados del bautismo de que yo soy bautizado?” Sabiendo que sus palabras misteriosas señalaban pruebas y sufrimiento, con todo contestaron confiadamente: “Podemos”. Deseaban atribuirse el supremo honor de demostrar su lealtad compartiendo todo lo que estaba por sobrevenir a su Señor. “A la verdad mi vaso beberéis, y del bautismo de que yo soy bautizado, seréis bautizados”, declaró Jesús... Santiago y Juan iban a ser partícipes con su Maestro en el sufrimiento—el uno destinado a una muerte prematura por la espada, el otro seguiría a su Maestro en trabajos, vituperio y persecución por más tiempo que todos los demás discípulos. “Mas el sentaros a mi mano derecha y a mi izquierda—continuó Jesús—no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está aparejado de mi Padre”... En el reino de Dios no se obtiene un puesto por medio del favoritismo. No se gana ni es otorgado por medio de una gracia arbitraria. Es el resultado del carácter. La cruz y el trono son los símbolos de una condición alcanzada, los símbolos de la conquista propia por medio de la gracia de nuestro Señor Jesucristo... Aquel que ocupe el lugar más cerca de Cristo, será el que haya bebido más profundamente de su espíritu de amor abnegado—amor que “no hace sinrazón, no se ensancha... no busca lo suyo, no se irrita, no piensa el mal”—amor que induce al discípulo, así como indujo a nuestro Señor, a darlo todo, a vivir y trabajar y sacrificarse aun hasta la muerte para la salvación de la humanidad. Los Hechos de los Apóstoles, 432, 433.

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