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Sabbath School


Comentarios Elena G.W https://ift.tt/ICqnHAG Dios estima al hombre no por las circunstancias de su nacimiento, no por su posición o riqueza, no por sus ventajas en cuanto a oportunidades educativas, sino por el precio pagado por su redención… Por muy deforme que haya sido su carácter, aunque haya sido considerado como un paria entre los hombres, el hombre que permite que la gracia de Cristo entre en su alma será reformado en su carácter y será levantado de su condición de culpa, degradación y miseria. Dios ha hecho toda provisión para que el perdido pueda llegar a ser su hijo. El ser humano más frágil puede ser elevado, ennoblecido, refinado y santificado por la gracia de Dios… [Los] que colaboran con Dios, los que están llenos de la compasión divina, verán y valorarán a los hombres como Dios los ve y los valora. Cualquiera que sea su nacionalidad o su color, cualquiera que sea su condición social, el misionero de Dios considerará a todos los hombres como comprados por la sangre de Cristo, y comprenderá que no hay castas para Dios. Nadie debe ser considerado con indiferencia ni ser menospreciado, porque cada alma ha sido comprada con un precio infinito (The Southern Work, p. 31). Repetidas veces, los que transportaban al paralítico trataron de abrirse paso a través de la muchedumbre, pero en vano. El enfermo miraba en derredor suyo, con angustia indecible. ¿Cómo podía abandonar su esperanza cuando la ayuda que había anhelado durante tanto tiempo estaba tan cerca? Por su indicación, sus amigos le llevaron al techo de la casa, y abriendo un boquete en dicho techo, le bajaron a los pies de Jesús. El discurso quedó interrumpido. El Salvador miró el rostro entristecido, y vio los ojos suplicantes que se clavaban en él. Comprendía el caso; había atraído a sí este espíritu perplejo y combatido por la duda. Mientras el paralítico estaba todavía en su casa, el Salvador había convencido su conciencia. Cuando se arrepintió de sus pecados, y creyó en el poder de Jesús para sanarle, la misericordia vivificadora del Salvador había bendecido primero su corazón anhelante. Jesús había visto el primer destello de la fe convertirse en la creencia de que él era el único auxiliador del pecador, y la había visto fortalecerse con cada esfuerzo hecho para llegar a su presencia. Ahora, con palabras que cayeron como música en los oídos del enfermo, el Salvador dijo: “Confía, hijo; tus pecados te son perdonados” (El Deseado de todas las gentes, pp. 233, 234). Hay que llevar a cabo una gran obra, y los que conocen la verdad debieran ayudar con entusiasmo… El Señor exige que sus servidores manifiesten un espíritu que capte con rapidez el valor de las almas, que discierna prontamente los deberes que deben llevarse a cabo y que cumpla rápidamente las obligaciones que el Señor les ha impuesto. Debe existir una dedicación que no contemple ningún interés terrenal de suficiente valor como para tomar el lugar de la obra que debe realizarse en ganar almas para el conocimiento de la verdad (Testimonios para la iglesia, t. 9, pp. 99, 100).

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