El Cristo Triunfante
Satanás nos invita a depender del yo, 16 de enero https://ift.tt/1MN5hTy “Sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal”. Génesis 3:5. Al escuchar al tentador, nuestros primeros padres perdieron su hermoso hogar edénico. Satanás percibió que Eva estaba dispuesta a escuchar sus insinuaciones y en esta actitud entrevió su disposición a desconfiar de la palabra de Dios... Era la intención de Satanás lograr que la transgresión pareciera una bendición a los ojos de ellos y que en la prohibición de comer del fruto del árbol, Dios les estaba impidiendo alcanzar un gran bien. Si coméis, vuestros ojos serán abiertos, dijo, y seréis como dioses. Seréis iguales a Dios en conocimiento y poder... ¡Pero qué apertura fue aquélla! “Sabiendo el bien y el mal”. Alcanzaron conocimiento, pero ¿qué clase de conocimiento? La maldición del pecado era el conocimiento que lograron. Eva codició lo que Dios había prohibido. Manifestó de este modo su desconfianza en Dios y en la bondad divina y abrigó el deseo de actuar en forma independiente, y obrar según su mejor parecer. Eva le ofreció el fruto a Adán y se transformó en su tentadora. Sería una diosa. Se transformaría en su propio código legal. Así no reconocería restricción alguna. Pero aquello que aparentaba ser un pecadillo insignificante, la constituyó en una transgresora de la ley de Dios... El Señor Jesús vino a este mundo y sufrió las tentaciones del mismo enemigo. Recorrió la misma senda en la que Adán tropezó, pero permaneció fiel. Resistió los embates del demonio y en beneficio de la humanidad entera se alzó como Conquistador. El universo celestial logró triunfar. Satanás fue a Cristo con sus falaces tentaciones a fin de inducirlo a cuestionar los planes y la ley de Dios y lograr que asumiera una posición independiente, pero todos sus intentos fracasaron. Cristo no entró en controversia con Satanás. Antes bien, confrontó al enemigo del Cielo con la Palabra de Dios, “Escrito está”. “No sois vuestros”, “por precio fuisteis comprados”. Y qué precio pagó el Cielo por nosotros, ¡Cristo dio su vida para salvar al mundo de la muerte!... Todo aquel que se une a Cristo se apartará del mundo. No ingresará al mundo por su propia elección. Ni se vinculará con nada que lo ponga en el camino de la tentación. No será educado según los lineamientos mundanales. Por el contrario, preferirá acudir a la escuela de Cristo y aprender del gran Maestro que invita a todos diciendo: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.—Manuscrito 21, 1898.
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