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El Cristo Triunfante


La prueba suprema de la fe de Abrahán, 17 de marzo https://ift.tt/OKw1V3Y “Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Génesis 22:2. En una visión de la noche, en su hogar de Beerseba, cuando tenía ciento veinte años de edad, Abrahán recibió la sorpresiva orden: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. Debía sacrificar a su hijo, su único hijo, el hijo de la promesa. Esa noche Abrahán no pudo descansar. La voz le había hablado sólo a él y sólo él la había escuchado. Dios le había prometido que su nombre se perpetuaría por medio de Isaac, por lo que ésta era una tremenda prueba para su fe. Abrahán se había aferrado a la promesa de un hijo de su esposa Sara y el Señor había cumplido su promesa... Dejó a Ismael fuera del asunto al decir: “Tu único, Isaac”... Dios ya le había dicho que por medio de Isaac su simiente sería como la arena del mar en multitud. Al salir de su tienda hacia la oscuridad de la noche, le pareció escuchar la misma voz divina que lo había llamado cincuenta años atrás a salir de Caldea, que le decía: “Mira ahora los cielos, y cuenta las estrellas, si las puedes contar. Y le dijo: Así será tu descendencia”. ¿Sería posible que la misma voz le ordenara sacrificar a su hijo? El recordó la promesa: “Y haré tu descendencia como el polvo de la tierra; que si alguno puede contar el polvo de la tierra, también tu descendencia será contada”. ¿No era la voz de un extraño que le ordenaba ofrecer a su hijo en sacrificio? ¿Podía el Señor contradecirse? ¿Habría de cercenar la única esperanza del cumplimiento de la promesa? ¿Quedaría sin su hijo? Pero Abrahán no reflexiona, obedece. Su única esperanza se cifraba en que el Dios que había hecho todas las cosas también resucitara a su hijo de los muertos. El cuchillo se alzó, pero no descendió. Dios habló y dijo: “Es suficiente”. La fe del padre y la sumisión del hijo habían sido plenamente probadas. “Porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único”. La prueba de Abrahán era la más severa que pudo haber tenido cualquier ser humano. Si se hubiera apartado de Dios, jamás se lo habría conocido como el padre de la fe. Si se hubiese desviado del mandato de Dios, el mundo habría perdido su gran ejemplo de fe en Dios y su victoria sobre la incredulidad. Esta lección fue dada con el propósito de que resplandeciera a lo largo de las edades, para que todos aprendieran que no hay nada que sea demasiado precioso para ofrecer a Dios. La confianza en la Palabra divina nos conducirá a ponerla en práctica en nuestra vida.—Carta 110, 1897.

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