El Cristo Triunfante
No pronuncies palabras de incredulidad, 23 de abril “Nosotros llegamos a la tierra a la cual nos enviaste, la cual ciertamente fluye leche y miel; y este es el fruto de ella”. Números 13:27. https://ift.tt/m761eir Hasta este punto las palabras de ellos fueron pronunciadas con fe, pero veamos qué ocurrió luego. Después de describir la hermosura y la fertilidad de la tierra, todos los espías, menos dos, explicaron ampliamente las dificultades y los peligros que arrostraría Israel si emprendía la conquista de Canaán... La incredulidad arrojó una sombra lóbrega sobre el pueblo. Un lamento de agonía se entremezcló con el confuso murmullo de las voces. Caleb comprendió la situación e hizo cuanto pudo para contrarrestar la influencia maléfica de sus infieles compañeros. No contradijo lo que ya se había dicho; las murallas eran altas, y los cananeos eran fuertes. Pero Dios había prometido la tierra a Israel. “Subamos luego, y tomemos posesión de ella—insistió Caleb—; que más podremos nosotros que ellos”. Pero los diez, interrumpiéndole, pintaron los obstáculos con colores aún más sombríos que antes: “No podremos subir contra aquel pueblo—dijeron—porque es más fuerte que nosotros”. “Todo el pueblo que vimos en medio de ella, son hombres de grande estatura. También vimos allí gigantes, hijos de Anac, raza de los gigantes: y éramos nosotros, a nuestro parecer, como langostas; y así les parecíamos a ellos”. Es correcto que los seres humanos se consideren como langostas cuando se comparan con el Señor Dios de Israel. Pero los espías revelaron falta de fe al comparar a los israelitas con el pueblo que habían visto en Canaán. Los hijos de Israel tenían de su lado a los poderes celestiales. Uno que envuelto en la columna de nube los había conducido a través del desierto era el que peleaba por ellos. Todo el pueblo había tenido evidencias de su poder en el Mar Rojo, cuando por su palabra las aguas se dividieron, abriendo una senda ante ellos a través del mar. No obstante, cuando los espías vieron las ciudades amuralladas de la tierra prometida, permitieron que la incredulidad se introdujera en sus corazones y regresaron a la congregación con un informe infiel... Este hecho revela hasta qué punto pueden llegar las personas movidas por la desesperación y la incredulidad. Mis hermanos y hermanas, cuando abriguen pensamientos de incredulidad y desconfianza, recuerden que el silencio es elocuencia. No pronuncien palabras de incredulidad, esas palabras son semillas que se esparcen y llevan su fruto. Entre nosotros se habla mucho y se ora poco. Pensamos y hablamos de las dificultades que existen y nos olvidamos del Señor. Si lo permitimos, el Espíritu de Dos ha de obrar poderosamente en favor de su pueblo. Necesitamos abrir la puerta de nuestro corazón y permitir que Jesús entre en él.—Manuscrito 10, 1903.
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