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Sabbath School


Sabbath School
Comentarios Elena G.W para las Lecciones de Escuela Sabática https://ift.tt/Kxsko5H @seguidores @destacar Aunque creados inocentes y santos, nuestros primeros padres no fueron puestos fuera de la posibilidad de obrar mal. Dios podía haberlos creado de modo que no pudieran faltar a sus requerimientos, pero en ese caso su carácter no se habría desarrollado; su servicio no hubiera sido voluntario, sino forzado. Les dio, por lo tanto, la facultad de escoger, de someterse o no a la obediencia. Y antes que ellos recibieran en su plenitud las bendiciones que él deseaba impartirles, debían ser probados su amor y su lealtad. En el huerto del Edén se hallaba “el árbol de la ciencia del bien y del mal… Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Génesis 2:9-17. Dios quería que Adán y Eva no conocieran el mal. El conocimiento del mal —del pecado y sus resultados, del trabajo cansador, de la preocupación ansiosa, del descorazonamiento y la pena, del dolor y la muerte—, les fue evitado por amor (La educación, p. 23). Con los pecados del mundo puestos sobre él, [el Redentor] pasaría por el mismo camino donde Adán falló. Soportaría una prueba infinitamente más severa que la que Adán no pudo soportar. Vencería por cuenta del hombre, y derrotaría al tentador, para que, mediante su obediencia, su pureza de carácter y su firme integridad, su justicia pudiera ser imputada al hombre, y así, mediante su nombre, el hombre pudiera vencer al enemigo por su propia cuenta… En el plan de redención debe haber derramamiento de sangre, porque la muerte debe venir como consecuencia del pecado del hombre. Los animales para las ofrendas de sacrificio debían prefigurar a Cristo. En la víctima inmolada, el hombre debía ver el cumplimiento temporal de la palabra de Dios: “Ciertamente morirás”. Y el derramamiento de la sangre de la víctima significaría también una expiación. No había virtud en la sangre de los animales; pero el derramamiento de la sangre de las víctimas debía apuntar hacia un Redentor que un día vendría al mundo y moriría por los pecados de los hombres. Así, Cristo vindicaría plenamente la ley de su Padre (Confrontation, pp. 18, 22). Satanás aparece frecuentemente como un ángel de luz, ataviado con el uniforme del cielo; asume un aire amistoso, manifestando gran santidad de carácter y alta consideración por sus víctimas, las almas que se propone engañar y destruir. Yacen peligros en la senda que él invita a las almas a recorrer, pero tiene éxito en encubrirlos y presenta solo las atracciones. El gran Capitán de nuestra salvación ha vencido en nuestro favor, para que a través de él podamos ser vencedores, si así lo queremos. Pero Cristo no salva a nadie en contra de su decisión; no obliga a nadie a obedecer. Hizo el sacrificio infinito para que podamos vencer en su nombre y para que su justicia nos sea imputada (Testimonios para la iglesia, t. 3, pp. 501, 502).
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