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Sabbath School


Tuesday, August 06 Migajas para los perros Comentarios Elena G.W para las Lecciones de Escuela Sabática https://ift.tt/9nl8KP0 @seguidores @destacar La mujer [sirofenicia] presentaba su caso con instancia y creciente fervor, postrándose a los pies de Cristo y clamando: “Señor, socórreme”. Jesús, aparentando todavía rechazar sus súplicas, según el prejuicio despiadado de los judíos, contestó: “No es bien tomar el pan de los hijos, y echarlo a los perrillos”. Esto era virtualmente aseverar que no era justo conceder a los extranjeros y enemigos de Israel las bendiciones traídas al pueblo favorecido de Dios. Esta respuesta habría desanimado completamente a una suplicante menos ferviente. Pero la mujer vió que había llegado su oportunidad. Bajo la aparente negativa de Jesús, vió una compasión que él no podía ocultar… Así que mientras muchas bendiciones se daban a Israel, ¿no había también alguna para ella? Si era considerada como perro, ¿no tenía, como tal, derecho a una migaja de su gracia?… En este caso, Cristo se encuentra con un miembro de una raza infortunada y despreciada, que no había sido favorecida por la luz de la Palabra de Dios; y sin embargo esa persona se entrega en seguida a la divina influencia de Cristo y tiene fe implícita en su capacidad de concederle el favor pedido. Ruega que se le den las migajas que caen de la mesa del Maestro. Si puede tener el privilegio de un perro, está dispuesta a ser considerada como tal. No tiene prejuicio nacional ni religioso, ni orgullo alguno que influya en su conducta, y reconoce inmediatamente a Jesús como el Redentor y como capaz de hacer todo lo que ella le pide (El Deseado de todas las gentes, p. 367). El Salvador está satisfecho. Ha probado su fe en él. Por su trato con ella, ha demostrado que aquella que Israel había considerado como paria, no es ya extranjera sino hija en la familia de Dios. Y como hija, es su privilegio participar de los dones del Padre. Cristo le concede ahora lo que le pedía, y concluye la lección para los discípulos. Volviéndose hacia ella con una mirada de compasión y amor, dice: “Oh mujer, grande es tu fe; sea hecho contigo como quieres”. Desde aquella hora su hija quedó sana. El demonio no la atormentó más. La mujer se fue, reconociendo a su Salvador y feliz por haber obtenido lo que pidiera (El Deseado de todas las gentes, pp. 367, 368). El Salvador manifestó compasión divina hacia la mujer sirofenicia. Su corazón fue conmovido al contemplar su aflicción. Anhelaba darle una seguridad inmediata de que su oración había sido escuchada; pero quería enseñar una lección a sus discípulos, y por un momento pareció desatender el clamor de su corazón torturado. Cuando la fe de la mujer se hubo manifestado, le dirigió palabras de encomio, y la envió con la preciosa bendición que había pedido. Los discípulos nunca olvidaron esta lección, y fue registrada para demostrar el resultado de la oración perseverante (Palabras de vida del gran Maestro, pp. 138,139).

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