A Fin de Conocerle
¿Por qué esas aflicciones? 29 de septiembre Bueno me es haber sido humillado, para que aprenda tus estatutos. Salmos 119:71. https://ift.tt/VgCNex8 Cuando somos afligidos, no debemos pensar que el Señor está enojado con nosotros. Dios nos somete a prueba para que nos acerquemos a él. El salmista dice: “Muchas son las aflicciones del justo, pero de todas ellas le librará Jehová”. Salmos 34:19. El no quiere que estemos bajo una nube. ... No quiere que pasemos por angustia de espíritu. No debemos mirar las espinas y los cardos en nuestra experiencia. Debemos ir al jardín de la Palabra de Dios y sacar los lirios y las rosas, y los fragantes claveles de sus promesas. Los que miran las dificultades de su vida hablarán de dudas y desánimo, porque no contemplan a Jesús, el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Deberíamos mantener ocupada nuestra mente con el amor, la misericordia y la gracia de nuestro Dios. ... Experimentamos aflicción para que, en la providencia de Dios, podamos ver que Cristo es nuestro ayudador, que en él hay amor y consuelo. Podemos recibir gracia con la cual ser vencedores, y heredar la vida que se mide con la vida de Dios. Debemos tener tal experiencia, para que cuando la aflicción nos sobrecoja, no nos alejemos de la fe y elijamos el lado de Satanás. Mediante la mano de la fe, aférrese de las promesas de Dios, y póngase en terreno ventajoso. Entonces estará donde Satanás no puede acercarse y decir: “Dios no te puede ayudar, porque has pecado, y no puedes reclamar las promesas”. El adversario desea que pensemos que el camino a la vida es tan difícil que será imposible alcanzar la bendición del Cielo. Pero Dios nos ha colocado en circunstancias tales que se pueda desarrollar lo mejor de nuestra naturaleza, y podamos ejercer las facultades más elevadas. Si cultivamos el bien, las tendencias objetables no obtendrán supremacía, y finalmente seremos considerados dignos de reunirnos con la familia celestial. Si queremos ser santos en el cielo, debemos ser santos en la tierra.—Carta 97, 1895.
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