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Más predicación, 26 de octubre Lo cual también hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a lo espiritual. 1 Corintios 2:13. https://ift.tt/6G47BWI Precisamente antes que Jesús dejara a sus discípulos para ir a las mansiones celestiales, los animó con la promesa del Espíritu Santo. Esta promesa nos pertenece a nosotros tanto como a ellos y, sin embargo, ¡cuán raramente se presenta ante el pueblo o se habla de su recepción en la iglesia! Como consecuencia del silencio sobre este importantísimo asunto, ¿acerca de qué promesa sabemos menos, por su cumplimiento real, que de esta rica promesa del don del Espíritu Santo, mediante el cual será eficaz toda nuestra labor espiritual? La promesa del Espíritu Santo es mencionada por casualidad en nuestros discursos, es tocada en forma incidental, y eso es todo. Las profecías han sido tratadas detenidamente, las doctrinas han sido expuestas; pero lo que es esencial para la iglesia a fin de que crezca en fortaleza y eficiencia espiritual, para que la predicación sea acompañada por la convicción, y las almas sean convertidas a Dios, ha sido mayormente excluido del esfuerzo ministerial. Este tema ha sido puesto a un lado, como si algún tiempo futuro hubiera sido reservado para su consideración. Otras bendiciones y privilegios han sido presentados ante nuestro pueblo hasta despertar en la iglesia el deseo de conseguir la bendición prometida por Dios; pero ha quedado la impresión de que el don del Espíritu Santo no es para la iglesia ahora, sino que en algún tiempo futuro sería necesario que la iglesia lo recibiera. Esta bendición prometida, reclamada por la fe, traería todas las demás bendiciones en su estela, y ha de ser dada liberalmente al pueblo de Dios. Por medio de los astutos artificios del enemigo las mentes de los hijos de Dios parecen incapaces de comprender las promesas divinas y de apropiarse de ellas... Recogerán una cosecha de gozo los que siembran la santa semilla de la verdad. “Irá andando y llorando el que lleva la preciosa semilla; mas volverá a venir con regocijo, trayendo sus gavillas”. Salmos 126:6.—Testimonios para los Ministros, 174, 175.
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