Sabbath School
Sunday, October 20 El testimonio de Juan el Bautista Comentarios Elena G.W https://ift.tt/R9vIiNE Había una gran obra designada para el profeta Juan, pero no había ninguna escuela en la tierra a la cual pudiera asistir. Debía adquirir su conocimiento lejos de las ciudades, en el desierto. Las Escrituras del Antiguo Testamento, Dios y la naturaleza que él había creado debían ser sus libros de estudio. Dios estaba capacitando a Juan para su obra de preparar el camino del Señor. Su alimento era simplemente langostas y miel silvestre. Las costumbres y las prácticas de los hombres no debían ser la educación de este hombre. La preocupación por lo mundano no debía afectar en nada la formación de su carácter… Él buscaba el favor de Dios, y el Espíritu Santo descansaba sobre él, y encendió en su corazón un ardiente celo de hacer la gran obra de llamar a la gente al arrepentimiento y a una vida más elevada y más santa. Juan se estaba capacitando mediante las privaciones y las dificultades para disciplinar de tal manera todas sus facultades físicas y mentales, que pudiera sostenerse entre las gentes tan inconmovible frente a las circunstancias como las rocas y montañas del desierto qué lo habían rodeado durante treinta años (Comentarios de Elena G. de White en Comentario bíblico adventista del séptimo día, t. 5, p. 1090). La niñez, juventud y edad adulta de Juan se caracterizaron por la firmeza y la fuerza moral. Cuando su voz se oyó en el desierto diciendo: “Aparejad el camino del Señor, enderezad sus veredas”. Mateo 3:3. Satanás temió por la seguridad de su reino. El carácter pecaminoso del pecado se reveló de tal manera que los hombres temblaron. Quedó quebrantado el poder que Satanás había ejercido sobre muchos que habían estado bajo su dominio. Había sido incansable en sus esfuerzos para apartar al Bautista de una vida de entrega a Dios sin reserva; pero había fracasado. No había logrado vencer a Jesús. En la tentación del desierto, Satanás había sido derrotado, y su ira era grande. Resolvió causar pesar a Cristo hiriendo a Juan. Iba a hacer sufrir a Aquel a quien no podía inducir a pecar (El Deseado de todas las gentes, pp. 195, 196). El testimonio de Juan había sido positivo, había sido dado con poder, en la demostración del Espíritu. Había dado testimonio de lo que sus ojos habían visto, de lo que sus oídos habían oído, de lo que sus manos habían tocado, de la palabra de vida. Jesús dijo: “Otro es el que da testimonio acerca de mí, y sé que el testimonio que da de mí es verdadero”. Los escribas y fariseos habían creído entonces las palabras de Juan, pero el orgullo y la incredulidad obraron en sus corazones según la disposición de Satanás, y se manifestaron la envidia, los celos y el odio franco contra Cristo. Jesús dijo a sus discípulos: “Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado… Si yo no hubiera venido, ni les hubiera hablado, no tendrían pecado… Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (The Signs of the Times, 13 de noviembre, 1893, párrafo 4).
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