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Sabbath School


Sabbath School
Sunday, October 27 El escenario del encuentro Comentarios Elena G.W https://ift.tt/LXED1rw Cristo no admitía distinción alguna de nacionalidad, jerarquía social, ni credo. Los escribas y fariseos deseaban hacer de los dones del cielo un beneficio local y nacional, y excluir de Dios al resto de la familia humana. Pero Cristo vino para derribar toda valla divisoria. Vino para manifestar que su don de misericordia y amor es tan ilimitado como el aire, la luz o las lluvias que refrigeran la tierra. La vida de Cristo fundó una religión sin castas; en la que judíos y gentiles, libres y esclavos, unidos por los lazos de fraternidad, son iguales ante Dios. Nada hubo de artificioso en sus procedimientos. Ninguna diferencia hacía entre vecinos y extraños, amigos y enemigos. Lo que conmovía el corazón de Jesús era el alma sedienta del agua de vida. Nunca despreció a nadie por inútil, sino que procuraba aplicar a toda alma su remedio curativo. Cualesquiera que fueran las personas con quienes se encontrase, siempre sabía darles alguna lección adecuada al tiempo y a las circunstancias. Cada descuido o insulto del hombre para con el hombre le hacía sentir tanto más la necesidad que la humanidad tenía de su simpatía divina y humana. Procuraba infundir esperanza en los más rudos y en los que menos prometían, presentándoles la seguridad de que podían llegar a ser sin tacha y sencillos, poseedores de un carácter que los diera a conocer como hijos de Dios (El ministerio de curación, pp. 15, 16). El Salvador anhelaba exponer a sus discípulos la verdad concerniente al derribamiento de la “pared intermedia de separación” entre Israel y las otras naciones —la verdad de que “los Gentiles sean juntamente herederos” con los judíos, y “consortes de su promesa en Cristo por el evangelio”. Efesios 2:14; 3:6. Esta verdad fue revelada en parte cuando recompensó la fe del centurión de Capernaum, y también cuando predicó el evangelio a los habitantes de Sicar. Fue revelada todavía más claramente en ocasión de su visita a Fenicia, cuando sanó a la hija de la mujer cananea. Estos incidentes ayudaron a sus discípulos a comprender que entre aquellos a quienes muchos consideraban indignos de la salvación, había almas ansiosas de la luz de la verdad (Los hechos de los apóstoles, pp. 16, 17). En los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían levantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían sido designados custodios de los oráculos sagrados y las demás naciones del mundo. Cristo vino a cambiar todo esto. Las palabras que el pueblo oía de sus labios eran distintas de cuantas había escuchado de sacerdotes o rabinos. Cristo derribó la muralla de separación, el amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta; enseñó a amar a toda la familia humana. Elevó al hombre por encima del círculo limitado que les prescribía su propio egoísmo; anuló toda frontera territorial y toda distinción artificial de las capas sociales. Para él no había diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre amigos y enemigos. Nos enseña a considerar a cada alma necesitada como nuestro prójimo y al mundo como nuestro campo (El discurso maestro de Jesucristo, p. 38).
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