Sabbath School
Wednesday, November 20 Profecías del Antiguo Testamento acerca de Jesús: Parte II Comentarios Elena G.W “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén: he aquí, tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, así sobre un pollino hijo de asna”. Zacarías 9:9 https://ift.tt/pcL3o6T Quinientos años antes del nacimiento de Cristo, el profeta Zacarías predijo así la venida del Rey de Israel. Esta profecía se iba a cumplir ahora. El que siempre había rechazado los honores reales iba a entrar en Jerusalén como el prometido heredero del trono de David. Fue en el primer día de la semana cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Las multitudes que se habían congregado para verle en Betania le acompañaban ansiosas de presenciar su recepción. Mucha gente que iba en camino a la ciudad para observar la Pascua se unió a la multitud que acompañaba a Jesús (El Deseado de todas las gentes, p. 523). Los sacerdotes y traficantes huyeron de su presencia arreando su ganado. Al alejarse del templo se encontraron con una multitud que venía con sus enfermos en busca del gran Médico… ansiosos de llegar a Aquel que era su única esperanza… De nuevo se llenaron los atrios del templo de enfermos e inválidos, y una vez más Jesús los atendió… Volviendo quedamente al templo, oyeron las voces de hombres, mujeres y niños que alababan a Dios. Al entrar, quedaron estupefactos ante la maravillosa escena. Vieron sanos a los enfermos, con vista a los ciegos, con oído a los sordos, y a los tullidos saltando de gozo… [Estos ahora] Repetían los hosannas del día anterior y agitaban triunfalmente palmas ante el Salvador. En el templo, repercutían repetidas veces sus aclamaciones: “Bendito el que viene en nombre de Jehová. Salmo 118:26 (El Deseado de todas las gentes, pp. 542, 543). Cuando la verdad llega a ser un principio permanente en nuestra vida, el alma renace, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre”. Este nuevo nacimiento es el resultado de haber recibido a Cristo como la Palabra de Dios. Cuando las verdades divinas son impresas sobre el corazón por el Espíritu Santo, se despiertan nuevos sentimientos, y las energías hasta entonces latentes son despertadas para cooperar con Dios. Así sucedía con Pedro y sus condiscípulos… La Palabra dio testimonio por medio de ellos, los hombres de su elección, y proclamaron la importante verdad: “Y aquel Verbo [Palabra] fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14. El apóstol exhortó a los creyentes a estudiar las Escrituras, para que por medio de un adecuado entendimiento de ellas pudiesen realizar una segura obra para la eternidad. Pedro comprobó que en la experiencia de cada persona que finalmente obtiene la victoria, existen momentos de perplejidad y prueba; pero sabía también que la comprensión de las Escrituras podía capacitar al tentado, trayendo a la mente promesas que podían confortar el corazón y reforzar la fe en el Poderoso (Los hechos de los apóstoles, pp. 414, 415).
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Wednesday, November 20 Profecías del Antiguo Testamento acerca de Jesús: Parte II Comentarios Elena G.W “Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén: he aquí, tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno, así sobre un pollino hijo de asna”. Zacarías 9:9 https://ift.tt/pcL3o6T Quinientos años antes del nacimiento de Cristo, el profeta Zacarías predijo así la venida del Rey de Israel. Esta profecía se iba a cumplir ahora. El que siempre había rechazado los honores reales iba a entrar en Jerusalén como el prometido heredero del trono de David. Fue en el primer día de la semana cuando Cristo hizo su entrada triunfal en Jerusalén. Las multitudes que se habían congregado para verle en Betania le acompañaban ansiosas de presenciar su recepción. Mucha gente que iba en camino a la ciudad para observar la Pascua se unió a la multitud que acompañaba a Jesús (El Deseado de todas las gentes, p. 523). Los sacerdotes y traficantes huyeron de su presencia arreando su ganado. Al alejarse del templo se encontraron con una multitud que venía con sus enfermos en busca del gran Médico… ansiosos de llegar a Aquel que era su única esperanza… De nuevo se llenaron los atrios del templo de enfermos e inválidos, y una vez más Jesús los atendió… Volviendo quedamente al templo, oyeron las voces de hombres, mujeres y niños que alababan a Dios. Al entrar, quedaron estupefactos ante la maravillosa escena. Vieron sanos a los enfermos, con vista a los ciegos, con oído a los sordos, y a los tullidos saltando de gozo… [Estos ahora] Repetían los hosannas del día anterior y agitaban triunfalmente palmas ante el Salvador. En el templo, repercutían repetidas veces sus aclamaciones: “Bendito el que viene en nombre de Jehová. Salmo 118:26 (El Deseado de todas las gentes, pp. 542, 543). Cuando la verdad llega a ser un principio permanente en nuestra vida, el alma renace, “no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios, que vive y permanece para siempre”. Este nuevo nacimiento es el resultado de haber recibido a Cristo como la Palabra de Dios. Cuando las verdades divinas son impresas sobre el corazón por el Espíritu Santo, se despiertan nuevos sentimientos, y las energías hasta entonces latentes son despertadas para cooperar con Dios. Así sucedía con Pedro y sus condiscípulos… La Palabra dio testimonio por medio de ellos, los hombres de su elección, y proclamaron la importante verdad: “Y aquel Verbo [Palabra] fue hecho carne, y habitó entre nosotros… lleno de gracia y de verdad”. Juan 1:14. El apóstol exhortó a los creyentes a estudiar las Escrituras, para que por medio de un adecuado entendimiento de ellas pudiesen realizar una segura obra para la eternidad. Pedro comprobó que en la experiencia de cada persona que finalmente obtiene la victoria, existen momentos de perplejidad y prueba; pero sabía también que la comprensión de las Escrituras podía capacitar al tentado, trayendo a la mente promesas que podían confortar el corazón y reforzar la fe en el Poderoso (Los hechos de los apóstoles, pp. 414, 415).
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