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Sabbath School


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Wednesday, November 06 El testimonio del padre https://ift.tt/mly4JiW Comentarios Elena G.W Para Cristo, el mundo no era un lugar de comodidad y engrandecimiento propio. No buscaba una oportunidad para recibir su poder y su gloria. No le ofrecía ningún premio tal. Era el lugar al cual su Padre le había enviado. Había sido dado para la vida del mundo, para realizar el gran plan de redención. Estaba haciendo su obra en favor de la especie caída. Pero no había de ser presuntuoso, ni precipitarse al peligro, ni tampoco apresurar una crisis. Cada acontecimiento de su obra tenía su hora señalada. Debía esperar con paciencia. Sabía que iba a ser blanco del odio del mundo; sabía que su obra le conduciría a la muerte; pero exponerse prematuramente no habría sido obrar según la voluntad de su Padre (El Deseado de todas las gentes, p. 415). ¿Cuál fue la labor del mensajero de Dios a nuestro mundo? El unigénito Hijo de Dios revistió su divinidad de humanidad y vino a nuestro mundo como maestro, como instructor, a fin de contrastar la verdad con el error. La verdad, la verdad salvadora, nunca se extinguió en su lengua, nunca sufrió en sus manos, sino que fue resaltado clara y nítidamente en medio de las tinieblas morales que prevalecen en nuestro mundo. Para esta obra dejó los atrios celestiales. Dijo de sí mismo: “Para esto he venido al mundo, para dar testimonio a la verdad”. La verdad brotaba de sus labios con frescura y poder, como una nueva revelación. Él era el camino, la verdad y la vida. Su vida, ofrendada por este mundo pecador, estaba repleta de seriedad y resultados trascendentales; porque su obra era salvar a las almas que perecen. Salió para ser la Luz Verdadera, resplandeciendo en medio de las tinieblas morales de la superstición y el error, y fue anunciado por una voz del cielo, que proclamaba: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia”. Y en su transfiguración se oyó de nuevo esta voz del cielo: “Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Fundamentals of Christian Education, p. 405). El [Salvador] quitó los pecados del paralítico y luego lo presentó ante Dios perdonado. Y también lo sanó físicamente. Dios le había dado poder a su Hijo para acudir al trono eterno. Aunque Cristo actuaba con su propia personalidad, reflejaba el lustre de la posición de honor que había tenido en medio de la espléndida luz del trono eterno. En otra ocasión, Cristo solicitó: “Padre, glorifica tu nombre”. Y en respuesta “vino una voz del cielo: Lo he glorificado, y lo glorificaré otra vez”. Juan 12:28. Si esta voz no conmovió a los impenitentes, si el poder que Cristo manifestó en sus poderosos milagros no hizo que los judíos creyeran, no debiera sorprendemos demasiado descubrir que los hombres y mujeres de ahora están en peligro… de manifestar la misma incredulidad que demostraron los judíos, y de cultivar el mismo entendimiento pervertido (Testimonios para la iglesia, t. 8, pp. 214, 215).
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