
Sabbath School
Monday, December 02 Ciertamente, volveré Comentarios Elena G.W https://ift.tt/PmkzMRi dirigiéndose a ellos con el término cariñoso de “hijitos”, dijo: “Aun un poco estoy con vosotros. Me buscaréis; mas, como dije a los Judíos: Donde yo voy, vosotros no podéis venir; así digo a vosotros ahora”. Los discípulos no podían regocijarse cuando oyeron esto. El temor se apoderó de ellos. Se acercaron aun más al Salvador… Obscuros eran los presentimientos que les llenaban el corazón. Pero las palabras que les dirigía el Salvador estaban llenas de esperanza. Él sabía que iban a ser asaltados por el enemigo, y que la astucia de Satanás tiene más éxito contra los que están deprimidos por las dificultades. Por lo tanto, quiso desviar su atención de “las cosas que se ven” a “las que no se ven”. 2 Corintios 4:18. Apartó sus pensamientos del destierro terrenal al hogar celestial. “No se turbe vuestro corazón —dijo—: creéis en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre muchas moradas hay: de otra manera os lo hubiera dicho: voy, pues, a preparar lugar para vosotros. Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo: para que donde yo estoy, vosotros también estéis. Y sabéis a dónde yo voy; y sabéis el camino”… El objeto de la partida de Cristo era lo opuesto de lo que temían los discípulos. No significaba una separación final. Iba a prepararles lugar, a fin de volver aquí mismo a buscarlos. Mientras les estuviese edificando mansiones, ellos habían de edificar un carácter conforme a la semejanza divina (El Deseado de todas las gentes, pp. 617, 618). Pedro guardaba viva en su corazón la esperanza del regreso de Cristo, y aseguró a la iglesia del infalible cumplimiento de la promesa del Salvador: “Y si me fuere, y os aparejare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo”. Juan 14:3. Para los atribulados y fieles la venida de Cristo iba a parecer muy demorada, pero el apóstol les aseguró: “El Señor no tarda su promesa, como algunos la tienen por tardanza; sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (Los hechos de los apóstoles, p. 427). Al contemplar a Cristo, nos detenemos en la orilla de un amor inconmensurable. Nos esforzamos por hablar de este amor, pero nos faltan las palabras. Consideramos su vida en la tierra, su sacrificio por nosotros, su obra en el cielo como abogado nuestro, y las mansiones que está preparando para aquellos que le aman; y solo podemos exclamar: ¡Oh! ¡qué altura y profundidad las del amor de Cristo! “En esto consiste el amor: no que nosotros hayamos amado a Dios, sino que él nos amó a nosotros, y ha enviado a su Hijo en propiciación por nuestros pecados”. “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, que seamos llamados hijos de Dios”. 1 Juan 4:10; 3:1 (Los hechos de los apóstoles, pp. 268, 269).
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