Tuesday, May 20 La ley en nuestros corazones Comentarios Elena G.W https://ift.tt/TG0rDI9 En este conocimiento de la longanimidad de Jehová y de su amor y misericordia infinitos había basado Moisés su admirable intercesión por la vida de Israel cuando, en los lindes de la tierra prometida, ese pueblo se había negado a avanzar en obediencia a la orden de Dios. En el apogeo de su rebelión, el Señor había declarado: “Yo le heriré de mortandad, y lo destruiré”; y había propuesto hacer de los descendientes de Moisés una “gente grande y más fuerte que ellos”. Números 14:12. Pero el profeta invocó las maravillosas providencias y promesas de Dios en favor de la nación escogida. Y luego, como el argumento más poderoso, insistió en el amor de Dios hacia el hombre caído. Vers. 17-19. Misericordiosamente, el Señor contestó: “Yo lo he perdonado conforme a tu dicho”. Y luego impartió a Moisés, en forma de profecía, un conocimiento de su propósito concerniente al triunfo final de Israel. Declaró: “Mas, ciertamente vivo yo y mi gloria hinche toda la tierra”. Vers. 20, 21. La gloria de Dios, su carácter, su misericordiosa bondad y tierno amor, aquello que Moisés había invocado en favor de Israel, había de revelarse a toda la humanidad. Y la promesa de Jehová fue hecha doblemente segura al ser confirmada por un juramento. Con tanta certidumbre como que Dios vive y reina, su gloria iba a ser declarada “entre las gentes” y “en todos los pueblos sus maravillas”. Salmo 96:3 (Profetas y reyes, p. 232). La gloria de Cristo es su carácter, y su carácter es una expresión de la ley de Dios. Él cumplió la ley en todas sus especificaciones, y mediante su vida proporcionó al mundo un modelo perfecto de lo que la humanidad puede alcanzar mediante la cooperación con la divinidad. En su humanidad, Cristo era dependiente del Padre, del mismo modo que ahora la humanidad depende de Dios para obtener el poder divino que le permita alcanzar la perfección de carácter. La ley de Dios es un exponente de su carácter, una expresión de su santidad; pero, vista por quien ha caído por el pecado, es una voz de condenación, un ministerio de muerte. No corresponde a la ley perdonar al transgresor, porque “por la ley es el conocimiento del pecado”. “Por la ley nadie será justificado”. Ningún rayo de esperanza brilla de la ley para el pecador, y su transgresor no puede encontrar respuesta de la ley a su ansiosa pregunta: “¿Qué haré para ser salvo?”. “¿Cómo seré justo ante Dios?”. Pero a través de Cristo se ha proporcionado una vía de escape. Nuestro Redentor vino en la carne para condenar el pecado en la carne, para asir al alma arrepentida con un abrazo inquebrantable y, al mismo tiempo, para asirse al trono de Dios, convirtiéndose en el vínculo de unión entre la humanidad y la divinidad, entre la tierra y el cielo. Él es el único refugio para el alma culpable. Al buscar conocer a Dios, el hombre se dirige a Cristo, que vivió la ley de Dios y manifestó al mundo los atributos del Padre. En el Hijo de Dios se revela la inefable bondad de Dios, porque en él se encuentran la misericordia y la verdad, se besan la justicia y la paz. “De tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree no se pierda, sino que tenga vida eterna”. Cristo en la carne, condenando el pecado en la carne, fue una perfecta revelación de Dios al mundo. Cristo declaró: “Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí” (The Signs of the Times, 12 de diciembre, 1895, “Character of the Law Revealed in Christ’s Life”, párr. 2, 3).
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