Saturday, May 03 Entendiendo el sacrificio Comentarios Elena G.W para las Lecciones de la Escuela Sabática https://ift.tt/Q9uknta El ceremonial de los sacrificios que había señalado a Cristo pasó: pero los ojos de los hombres fueron dirigidos al verdadero sacrificio por los pecados del mundo. Cesó el sacerdocio terrenal, pero miramos a Jesús, mediador del nuevo pacto, y “a la sangre del esparcimiento que habla mejor que la de Abel”. “Aun no estaba descubierto el camino para el santuario, entre tanto que el primer tabernáculo estuviese en pie… Mas estando ya presente Cristo, pontífice de los bienes que habían de venir, por el más amplio y más perfecto tabernáculo, no hecho de manos… por su propia sangre, entró una sola vez en el santuario, habiendo obtenido eterna redención”. Hebreos 12:24; 9:8-12. “Por lo cual puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos”. Hebreos 7:25. Aunque el ministerio había de ser trasladado del Templo terrenal al celestial, aunque el Santuario y nuestro gran Sumo Sacerdote fuesen invisibles para los ojos humanos, los discípulos no habían de sufrir pérdida por ello. No sufrirían interrupción en su comunión, ni disminución de poder por causa de la ausencia del Salvador. Mientras Jesús ministra en el Santuario celestial, es siempre por su Espíritu el ministro de la iglesia en la tierra (El Deseado de todas las gentes, p. 138). Al revelársele a Jesús su misión en el templo, rehuyó el contacto de la multitud. Deseaba volver tranquilamente de Jerusalén, con aquellos que conocían el secreto de su vida. Mediante el servicio pascual, Dios estaba tratando de apartar a sus hijos de sus congojas mundanales, y recordarles la obra admirable que él realizara al librarlos de Egipto. Él deseaba que viesen en esta obra una promesa de la liberación del pecado. Así como la sangre del cordero inmolado protegió los hogares de Israel, la sangre de Cristo había de salvar sus almas; pero podían ser salvos por Cristo únicamente en la medida en que por la fe se apropiaban la vida de él. No había virtud en el servicio simbólico, sino en la medida en que dirigía a los adoradores hacia Cristo como su Salvador personal. Dios deseaba que fuesen inducidos a estudiar y meditar con oración acerca de la misión de Cristo (El Deseado de todas las gentes, pp. 61, 62). Con el fin de llegar a ser el sustituto y la garantía de la humanidad, Jesucristo depuso su manto real, su corona de Rey, y revistió su divinidad con la humanidad, para que al morir como hombre pudiera destruir con su muerte al que tenía el imperio de la muerte. Como Dios, no lo habría podido hacer; pero al venir como hombre, Cristo pudo morir. Con su muerte venció a la muerte. La muerte de Cristo hizo perecer al que tenía el poder de la muerte, y abrió las puertas de la tumba a todos los que lo reciben como su Salvador personal (Exaltad a Jesús, p. 339).
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