Tuesday, May 06 El cordero de la pascua Comentarios Elena G.W https://ift.tt/cq2eVyC Jesús es nuestra garantía. “He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Cristo, nuestra Pascua, ha sido sacrificado por nosotros. Cada gota de sangre derramada por los sacrificios judíos señalaba al Cordero de Dios. Todas las ofrendas típicas se cumplieron en él. El tipo se encontró con el antitipo cuando murió en la cruz. Vino para hacer posible, mediante el sacrificio de sí mismo, la eliminación del pecado. Pagó el rescate de nuestra redención. Hemos sido comprados por un precio, y Cristo nos invita a que le permitamos cargar con nuestros pecados e imputarnos su justicia (The Review and Herald, July 19, 1898, “Go, Preach the Gospel”, párr. 7). Jesús obró con fervor y constancia. Nunca vivió en el mundo nadie tan abrumado de responsabilidades, ni llevó tan pesada carga de las tristezas y los pecados del mundo. Nadie trabajó con celo tan agobiador por el bien de los hombres. No obstante, era la suya una vida de salud. En lo físico como en lo espiritual fue su símbolo el cordero, víctima expiatoria, “sin mancha y sin contaminación”. 1 Pedro 1:19. Tanto en su cuerpo como en su alma fue ejemplo de lo que Dios se había propuesto que fuera toda la humanidad mediante la obediencia a sus leyes (El ministerio de curación, p. 33). La observancia de la Pascua empezó con el nacimiento de la nación hebrea. La última noche de servidumbre en Egipto, cuando aún no se veían indicios de liberación, Dios le ordenó que se preparase para una liberación inmediata. Él había advertido al faraón del juicio final de los egipcios, e indicó a los hebreos que reuniesen a sus familias en sus moradas. Habiendo asperjado los dinteles de sus puertas con la sangre del cordero inmolado, habían de comer el cordero asado, con pan sin levadura y hierbas amargas. “Así habéis de comerlo —dijo— ceñidos vuestros lomos, vuestros zapatos en vuestros pies, y vuestro bordón en vuestra mano; y lo comeréis apresuradamente: es la Pascua de Jehová”. Éxodo 12:11. A la medianoche, todos los primogénitos de los egipcios perecieron. Entonces el rey envió a Israel el mensaje: “Salid de en medio de mi pueblo… e id, servid a Jehová, como habéis dicho”. Éxodo 12:31. Los hebreos salieron de Egipto como una nación independiente. El Señor había ordenado que la Pascua fuese observada anualmente. “Y —dijo él— cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué rito es este vuestro? vosotros responderéis: Es la víctima de la Pascua de Jehová, el cual pasó las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los Egipcios”. Y así, de generación en generación, había de repetirse la historia de esa liberación maravillosa. La Pascua iba seguida de los siete días de panes ázimos. El segundo día de la fiesta, se presentaba una gavilla de cebada delante del Señor como primicias de la mies del año. Todas las ceremonias de la fiesta eran figuras de la obra de Cristo. La liberación de Israel del yugo egipcio era una lección objetiva de la redención, que la Pascua estaba destinada a rememorar. El cordero inmolado, el pan sin levadura, la gavilla de las primicias, representaban al Salvador (El Deseado de todas las gentes, p. 57).
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