Cada Día con Dios

Comamos para vivir, 16 de julio Hijo mío, está atento a mis palabras; inclina tu oído a mis razones... Porque son vida a los que las hallan, y medicina a todo su cuerpo. Proverbios 4:20, 22. https://ift.tt/SrENOgT Opiniones erróneas, a las cuales se ha llegado por causa de una educación defectuosa en el hogar, han sido transmitidas a los hijos, y a los hijos de los hijos, de manera que se han fomentado hábitos de complacencia del apetito que han causado la ruina de la salud de miles de personas. Nuestros sanatorios deben ser lugares adecuados para dar una educación correcta acerca de asuntos que tienen que ver con la vida y la salud. Los hábitos referentes a la alimentación deberían ser cuidadosamente vigilados, para que nadie se enferme por la complacencia del apetito. Al Señor no le gusta que su pueblo, adquirido mediante el sacrificio de su Hijo amado, se dañe irresponsablemente mediante la aplicación de erróneos hábitos de vida... Si somos creyentes en Jesucristo, deberíamos tratar de saber cómo se puede mantener la mente despejada y activa, de manera que no se pierda ni un tilde de nuestra influencia. Deberíamos tratar de ser colaboradores de Dios mediante la conservación del organismo en tal condición que pueda prestar un servicio perfecto. Es mal negocio, ciertamente, maltratar el aparato digestivo, del cual depende en tan amplia medida la felicidad de todo el ser. Cuando el estómago anda mal, la mente también anda mal, y la energía nerviosa del cerebro se debilita. Por lo tanto, es deber religioso de toda alma aprender la ciencia del sano vivir, tener presente el asunto del régimen alimentario, y tratar concienzudamente la cuestión. El apóstol Pablo declara que no somos nuestros, pues hemos sido adquiridos mediante un precio. Si realmente amamos al que dio su vida por nosotros, asumiremos la solemne obligación de evitar la enfermedad... El poder de la tentación a ceder ante el apetito pervertido puede ser medido solamente por lo que Jesús sufrió durante su largo ayuno en el desierto. Cristo sabía que para llevar adelante el plan de salvación tenía que comenzar la obra de la redención exactamente donde se había iniciado la ruina. La caída de Adán se produjo con respecto al apetito. Cristo inició la obra de la redención justamente donde la ruina había comenzado. Lo mismo ocurre en nuestro caso. Debemos comenzar la obra de la redención exactamente donde se siente en forma más aguda la obra de la degeneración.—Carta 218, del 16 de julio de 1908, dirigida a un presidente de asociación.
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Satanás les ofrece a los hombres los reinos del mundo si ellos le ceden la supremacía. Muchos hacen esto y sacrifican el cielo. Es mejor morir que pecar; es mejor padecer necesidad que defraudar; es mejor pasar hambre que mentir.—Testimonies for the Church 4:495 (1880). {EUD 121.4}
Pero el perdón tiene un significado más abarcante del que muchos suponen. Cuando Dios promete que “será amplio en perdonar”, añade, como si el alcance de esa promesa fuera más de lo que pudiéramos entender: “Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová. Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos”.19 El perdón de Dios no es solamente un acto judicial por el cual libra de la condenación. No es sólo el perdón por el pecado. Es también una redención del pecado. Es la efusión del amor redentor que transforma el corazón. David tenía el verdadero concepto del perdón cuando oró “Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. También dijo: “Cuanto está lejos el oriente del occidente, hizo alejar de nosotros nuestras rebeliones”.20 {DMJ 97.2}
https://egwwritings.org/?ref=es_DMJ.97.2&para=175.533


“No cerrará el tiempo de gracia hasta que el mensaje haya sido proclamado con más claridad. La ley de Dios ha de ser magnificada [...] El mensaje de la justicia de Cristo ha de resonar de un extremo de la tierra hasta el otro para preparar el camino del Señor. Esta es la gloria de Dios que terminará la obra del tercer ángel”. Joyas de los Testimonios (JT), vol. 2, (Bs. As.: ACES, 1956), pp. 373,374