Lección 7
Las enseñanzas de Jesús y el Gran Conflicto
Las enseñanzas de Jesús y el Gran Conflicto
En vez de inducir al pueblo a estudiar las teorías humanas acerca de Dios, su Palabra, o sus obras, le enseñó a contemplarlo según se manifiesta en sus obras, en su Palabra y por medio de sus providencias. Puso sus mentes en contacto con la mente del Ser Infinito.
“Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad”. Nunca antes habló otro que tuviera tal poder para despertar el pensamiento, encender la aspiración y suscitar cada aptitud del cuerpo, la mente y el alma.
La enseñanza de Cristo, lo mismo que su simpatía, abarcaba el mundo. Nunca podrá haber una circunstancia de la vida, una crisis de la experiencia humana que no haya sido prevista en su enseñanza, y para la cual no tengan una lección sus principios.
Las palabras del Príncipe de los maestros serán una guía para sus colaboradores, hasta el fin (La educación, pp. 81, 82).
La manera en que Cristo enseñaba era bella y atrayente, y se caracterizaba siempre por la sencillez. Él revelaba los misterios del reino de los cielos por el empleo de figuras y símbolos con los cuales sus oyentes estaban familiarizados; y el común del pueblo le oía gustosamente, porque podía comprender sus palabras. No usaba palabras altisonantes, para cuya comprensión habría sido necesario consultar un diccionario.
Jesús ilustraba las glorias del reino de Dios por el uso de los incidentes y los sucesos de la tierra. Con amor compasivo y tierno, alegraba, consolaba e instruía a todos los que le oían; porque sobre sus labios se derramaba la gracia a fin de que pudiese presentar a los hombres de la manera más atrayente los tesoros de la verdad (Consejos para los maestros, pp. 227, 228).
Cristo hubiera podido impartir a los hombres conocimientos que hubieran sobrepujado cualquier descubrimiento anterior y dejar en segundo plano todo otro descubrimiento. Hubiera podido descubrir misterio tras misterio, y concentrar alrededor de estas maravillosas revelaciones el pensamiento activo y serio de generaciones sucesivas hasta el fin de los tiempos. Pero no quiso dejar pasar ni un momento sin enseñar la ciencia de la salvación. Su tiempo, sus facultades, y su vida, no los apreció ni aprovechó sino como medios para realizar la salvación de los hombres. Vino a buscar y salvar lo que se había perdido y nada le hubiera distraído de su propósito. Ni lo hubiera consentido tampoco.
Cristo impartió únicamente el conocimiento que podía ser aprovechado. Su instrucción al pueblo se limitaba a las necesidades de la condición de éste en la vida práctica (Consejos para los maestros, p.373).
“Y se admiraban de su doctrina, porque su palabra era con autoridad”. Nunca antes habló otro que tuviera tal poder para despertar el pensamiento, encender la aspiración y suscitar cada aptitud del cuerpo, la mente y el alma.
La enseñanza de Cristo, lo mismo que su simpatía, abarcaba el mundo. Nunca podrá haber una circunstancia de la vida, una crisis de la experiencia humana que no haya sido prevista en su enseñanza, y para la cual no tengan una lección sus principios.
Las palabras del Príncipe de los maestros serán una guía para sus colaboradores, hasta el fin (La educación, pp. 81, 82).
La manera en que Cristo enseñaba era bella y atrayente, y se caracterizaba siempre por la sencillez. Él revelaba los misterios del reino de los cielos por el empleo de figuras y símbolos con los cuales sus oyentes estaban familiarizados; y el común del pueblo le oía gustosamente, porque podía comprender sus palabras. No usaba palabras altisonantes, para cuya comprensión habría sido necesario consultar un diccionario.
Jesús ilustraba las glorias del reino de Dios por el uso de los incidentes y los sucesos de la tierra. Con amor compasivo y tierno, alegraba, consolaba e instruía a todos los que le oían; porque sobre sus labios se derramaba la gracia a fin de que pudiese presentar a los hombres de la manera más atrayente los tesoros de la verdad (Consejos para los maestros, pp. 227, 228).
Cristo hubiera podido impartir a los hombres conocimientos que hubieran sobrepujado cualquier descubrimiento anterior y dejar en segundo plano todo otro descubrimiento. Hubiera podido descubrir misterio tras misterio, y concentrar alrededor de estas maravillosas revelaciones el pensamiento activo y serio de generaciones sucesivas hasta el fin de los tiempos. Pero no quiso dejar pasar ni un momento sin enseñar la ciencia de la salvación. Su tiempo, sus facultades, y su vida, no los apreció ni aprovechó sino como medios para realizar la salvación de los hombres. Vino a buscar y salvar lo que se había perdido y nada le hubiera distraído de su propósito. Ni lo hubiera consentido tampoco.
Cristo impartió únicamente el conocimiento que podía ser aprovechado. Su instrucción al pueblo se limitaba a las necesidades de la condición de éste en la vida práctica (Consejos para los maestros, p.373).
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