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El precio del pecado


El precio del pecado, 18 de marzo

Todo lo hizo hermoso en su tiempo. Eclesiastés 3:11. CDCD 84.1
Dios desea que veamos la hermosura natural del mundo. Desea que la veamos y eduquemos a nuestros hijos para que vean que es una expresión del amor de Dios por el hombre. Hay una voz que les habla a ustedes, padres, para ablandar y subyugar sus corazones. Recuerden siempre al que hizo el cielo y la tierra, al que revistió el mundo con esa alfombra de terciopelo verde, que nos ha dado los encumbrados árboles recubiertos de su verde follaje. Pero en lugar de alabar a Dios, que hizo todas estas cosas, los seres humanos hablan de las cosas hechas por el hombre, y piensan en sus hermosas casas y en sus ropas tan ricamente adornadas. Todo esto requiere tiempo y dinero. ¡Y eso significa almas! CDCD 84.2
Dios nos ha dado dinero a fin de que lo empleemos para su gloria. ¡Oh, si se pudiera descorrer el velo y si sólo pudiéramos tener una vislumbre del amor de Dios que sobrepuja todo entendimiento! Apenas me atrevo a referirme a la gloria que nos espera. ¿A quienes? A cada alma que haya sido probada y que tenga la mira puesta en la gloria de Dios, que sea leal a la verdad del cielo. El honor, la gloria y los aplausos del mundo no valen nada para nosotros. CDCD 84.3
¿Qué pasa con el alma que ha aceptado a Jesucristo como su Salvador personal? El amor fluye del corazón divino al del creyente. ¿Qué hace entonces ese corazón? Se dedica a servir a Dios y a guardar sus mandamientos para que no se lo encuentre en la condición de Adán y Eva después de la transgresión. No podemos permitir esto. No podemos darnos el lujo de pecar. El pecado es realmente muy caro... CDCD 84.4
Queremos entrar por las puertas de la ciudad eterna. Cuando se abran las puertas de perla, desearemos escuchar la bienvenida. Queremos que ciña nuestra frente la corona de gloria inmortal. Queremos recibir la túnica tejida en el telar del cielo, tan blanca que no hay blanqueador en la tierra que pueda lograr su pureza. Queremos ver al Rey en su hermosura y contemplar sus incomparables encantos... Les ruego que depositen sus tesoros en el cielo. Líbrense de todo lo que confunda la mente y les impida establecer la diferencia que existe entre lo sagrado y lo común.—Manuscrito 20, del 18 de marzo de 1894, “El cuidado del Padre por sus hijos”. 

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