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Reflejemos a Jesús


Sólo la eternidad puede revelar nuestro glorioso destino, 29 de diciembre https://ift.tt/3ECCIHJ Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. 1 Corintios 2:9. Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser redimidas por el Evangelio para participar de la libertad gloriosa de los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente libramos del sufrimiento que es consecuencia inevitable del pecado, sino salvarnos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe ser limpiada y transformada para ser vestida con la “luz de Jehová nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la imagen de su Hijo”. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman” Salmos 90:17; Romanos 8:29. Sólo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en quien se restaure la imagen de Dios. Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo lo que causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado retiene su dominio sobre nosotros... A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar una vida contrahecha y coja: pero es mejor, dice Cristo, que el yo esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al beneficio supremo. Dios es la fuente de la vida, y sólo podemos tener vida cuando estamos en comunión con El. Separados de Dios, podemos existir por corto tiempo, pero no poseemos la vida... Únicamente cuando entregamos nuestra voluntad a Dios, El puede impartirnos vida. Sólo al recibir su vida por la entrega del yo es posible, dijo Jesús, que se venzan estos pecados ocultos que he señalado. Pueden encerrarlos en el corazón y esconderlos a los ojos humanos, pero ¿cómo comparecerán ustedes ante la presencia de Dios?... Dondequiera que esté el pecado, Dios es para él un fuego devorador... Requiere sacrificio entregarnos a Dios, pero es sacrificio de lo inferior por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero por lo eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque solamente mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere. Debemos entregar nuestra voluntad a El para que podamos recibirla de vuelta purificada y refinada, y tan unida en simpatía con el Ser divino que El pueda derramar por nuestro medio los raudales de su amor y su poder. Por amarga y dolorosa que parezca esta entrega al corazón voluntarioso y extraviado, aun así nos dice: “Mejor te es”. Hasta que Jacob no cayó desvalido y sin fuerzas sobre el pecho del Angel del pacto, no conoció la victoria de la fe vencedora ni recibió el título de príncipe con Dios.—El Discurso Maestro de Jesucristo, 55, 56.

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