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Comentarios Elena G.W https://ift.tt/6Q0IhN8zH [L]os sacerdotes ministraban diariamente en el Lugar Santo, mientras que una vez al año el sumo sacerdote efectuaba un servicio especial de expiación en el Lugar Santísimo, para purificar el Santuario. Día tras día el pecador arrepentido llevaba su ofrenda a la puerta del tabernáculo, y poniendo la mano sobre la cabeza de la víctima, confesaba sus pecados, transfiriéndolos así figurativamente de sí mismo a la víctima inocente (El conflicto de los siglos, p. 413). Leemos del sumo sacerdote de Israel: “Llevará Aarón los nombres de los hijos de Israel en el pectoral del juicio sobre su corazón, cuando entre en el Santuario por memorial delante de Jehová continuamente”. Éxodo 28:29. ¡Qué bella y expresiva figura es esta del amor inmutable de Dios por su iglesia! Nuestro gran Sumo Sacerdote, de quien Aarón era un símbolo, lleva a su pueblo sobre su corazón… Cristo, como el gran Sumo Sacerdote, al hacer una perfecta expiación por el pecado, se destaca solo en divina majestad y gloria. Otros sumos sacerdotes eran solo símbolos, y cuando él apareció, se desvaneció la necesidad de los servicios de ellos… Los seres humanos, sujetos a la tentación, recuerden que en las cortes celestiales tienen un Sumo Sacerdote que se conmueve con el sentimiento de sus debilidades, porque él mismo fue tentado así como lo son ellos (A fin de conocerle, pp. 74, 75). En los atrios celestiales, Cristo intercede por su iglesia, intercede por aquellos para quienes pagó el precio de la redención con su sangre. Los siglos de los siglos no podrán menoscabar la eficiencia de su sacrificio expiatorio. Ni la vida ni la muerte, ni lo alto ni lo bajo, pueden separarnos del amor de Dios que es en Cristo Jesús; no porque nosotros nos asimos de él tan firmemente, sino porque él nos sostiene con seguridad. Si nuestra salvación dependiera de nuestros propios esfuerzos, no podríamos ser salvos; pero ella depende de Uno que endosa todas las promesas. Nuestro asimiento de él puede parecer débil, pero su amor es como el de un hermano mayor; mientras mantengamos nuestra unión con él, nadie podrá arrancarnos de su mano. Leo esto vez tras vez, por estar tan lleno de seguridad: “Teniendo un gran sumo sacerdote que traspasó los cielos, Jesús el Hijo de Dios, retengamos nuestra profesión. Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia”. Hebreos 4:14-16. ¡Oh, qué Salvador tenemos: un Salvador resucitado, uno que puede salvar a todo aquel que acude a él! (That I May Know Him, p. 80; parcialmente en A fin de conocerle, p. 81, y en Hechos de los apóstoles, p. 441).

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